La Nave del Olvido 2 (Libro Completo)



¡El viaje continúa!
Después de la crisis que sufrieron bajo el mando de David Stern, la tripulación de la astronave Libertad está lista para seguir recorriendo el cosmos. Ahora bajo las órdenes de Tomás Rivera, el primer grupo de viajeros interestelares de la Tierra se prepara para descubrir extraños nuevos mundos y ayudar a quien lo necesite, aprovechando para conocerse mejor entre ellos y a sí mismos.
Sin embargo, una amenaza se encuentra en estado latente. ¡Y puede que no todos sobrevivan!

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¡Espero sinceramente que lo disfruten!

La Nave del Olvido 1 (Libro Completo)





¡Ya no hace falta recorrer el blog mes a mes para bajar "La Nave del Olvido" por capítulos!
Acá les dejo el link con todo el primer libro recopilado:



Por ahora solamente en PDF, para leer en celulares o imprimir en papel. Esta recopilación incluye todo lo publicado en las entradas anteriores del blog, desde el Prólogo hasta el Epílogo. Además incluye nuevas citas y canciones. ¡Es la edición definitiva!
¡Muchas gracias por leerme! ¡Sigamos recorriendo juntos el cosmos!


EPÍLOGO

ATENCIÓN:

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EPÍLOGO


El funeral de Stern se realizó en el hangar. La mayoría de los que se presentaron habían sido sus seguidores desde antes de la llegada de aquella milagrosa nave, con la notable excepción de aquellos que habían decidido regresar a la Tierra. Hubo otras dos ausencias que a muchos les llamó la atención. Una de ellas era Michael Parrish. La otra era el Capitán de la nave, Tomás.
Ambos se habían encontrado en el buffet, dándole un cierre a su historia con el antiguo Capitán a su manera. Mike dudó mucho antes de acercarse a la mesa de Tomás. Finalmente juntó valor y lo hizo.
— Pensé que iba a presidir la ceremonia, Señor.
Tomás levantó la vista, sorprendido. No se acostumbraba todavía al trato formal que venía con su nuevo rango.
— No, no creo que sea necesario. Tuve mi despedida de él en el hospital de a bordo. No necesito volver a verlo.
Mike comprendió de lo que hablaba. Él sentía lo mismo.
— Lo entiendo, en verdad. — Se quedaron reflexionando un momento, en silencio. Luego, Mike no pudo resistirlo y habló: — ¡Me siento obligado a pedirle perdón! Yo... ¡Mirando hacia atrás hay cosas que no puedo entender cómo las hice!
Tomás no lo miró. Se quedó sentado allí, con la mirada perdida en el horizonte, considerando si debía o no contarle la verdad a aquel hombre.
— ¿Alguna vez escuchaste cómo escapó Manson de su celda?
— No. Dave nos tenía prohibido leer sobre Manson.
Tomás torció la cabeza, sorprendido por conocer aquella actitud de Stern. ¿No quería que sus fieles los comparasen? Probablemente.
— Se dice que Manson estaba encerrado y simplemente le pidió al policía que lo custodiaba que abriera la puerta de la celda. Y el pobre hombre no pudo evitarlo. — Mike abrió sus ojos, genuinamente sorprendido — Lo que quiero decirte es que esos tipos tienen un nivel de persuasión muy superior a cualquier persona que conozcas. Stern sabía qué decir, qué hacer y cómo decirlo para obligarte a hacer su voluntad. No te culpes, flaco. Acá la víctima sos vos.
El corazón de Mike latió con fuerza al oír aquello. Contra todo protocolo o enseñanza previa decidió hacer, por una vez en su vida, lo que sentía. Y abrazó fuerte a su nuevo Capitán.
— ¡Gracias, Señor! ¡Muchas gracias!
Fue más fuerte que él. Para algunas cosas, Tomás todavía era aquel ingenuo chico que había dejado atrás los conflictos de una familia muy difícil. Sus mejillas se tiñeron de rojo.

Camino al puente se cruzó con Enrique. El oficial de Comunicaciones intentó disimular lo que estaba haciendo, sin mucho éxito. Tomás lo había sorprendido conversando con Valeria, la antigua novia de Stern. Cuando lo vieron venir ambos se alejaron un paso hacia atrás y se despidieron. Ella pasó junto a Tomás y lo saludó:
— ¡Capitán!
Ella escondía mejor sus nervios que su amigo.
Enrique y Tomás caminaron juntos, al principio en silencio. Hasta que Quique decidió explicarse:
— ¡Capitán, le juro que no estaba pasando nada!
Tomás lo estudió, en silencio. No era el mejor juzgando las intenciones de la gente, pero su interlocutor no tenía por qué saberlo.
— ¿Nada como qué, Quique?
El joven tragó saliva ruidosamente.
— ¡Nada de nada! ¡Bah, nada malo! ¡Estábamos hablando, nada más!
Tomás dejó de caminar. Quería terminar aquella charla afuera del puente, entre ellos dos.
— Quique, yo sé que vos estuviste del lado de Stern, ya me enteré. Pero también me contó Culbert que sin tu ayuda yo no estaría acá. Yo creo en eso, chabón. Creo en ese Quique que se jugó literalmente la vida para lograr que yo pudiera volver. — El joven DJ suspiró aliviado — ¡Pero ojo! Esa chica puede ser todo lo linda que quieras, pero no te olvides que cuando empezó a pasar hambre, lo primero que hizo fue intentar seducir a Stern para ganar una posición de privilegio. Y ahora él ya no está. ¡Estate atento! ¡Que no te use!
Enrique lanzó una pequeña carcajada. Tomás lo miró sin comprender.
— Justamente eso estábamos hablando recién. Que vamos a ir despacio. Y que cada cual tiene que tener su espacio, sus opiniones. — Bajó la voz para hacer una confesión. — ¡Nunca tuve una relación seria! Y ella quiere eso. Pasó mucho miedo al lado de Stern.
— Me imagino. — Quiso terminar la charla dejándole algo en claro: — Allá en el puente voy a ser tu Capitán, sí. Pero allá, acá y en cualquier planeta que visitemos, podés contar conmigo como amigo. ¿Sabés?
Enrique le palmeó la espalda.
— Ya sé, man. Ya lo sé.

Entraron al puente. Enrique ocupó su puesto. Tomás se acercó a Culbert.
—Señor Culbert, ¿Cómo viene con la redacción de las leyes?
— Bastante bien. Siendo que la mayoría de los tripulantes son argentinos, estoy familiarizándome con su sistema legal, así establecemos algo que casi todos ya conozcan. Y lo estoy modificando con cláusulas o leyes de otros países.
Tomás se mostró complacido.
— Buen trabajo. Una sola cosa te pido: no incluyas ninguna ley que autorice a portar armas. Somos exploradores, no soldados.
Culbert asintió.
— ¡De acuerdo, Señor!
— Hay otra cosa que quiero pedirte: Voy a diseñar protocolos y procedimientos para las tareas de rutina. Necesito tu ayuda. Tenemos que coordinar con los jefes de cada sección para conocer bien la manera de trabajar de cada uno. ¡Ya no vamos a ser un grupo de improvisados! ¡Vamos a mejorar la eficiencia de nuestra gente!
Había entusiasmo en su voz. Estaba haciendo aquello que había anhelado hacer toda la vida, sin siquiera saberlo.
Culbert asintió, notoriamente contento. Finalmente se sentía cómodo en su trabajo. No le importó para nada que aquella tranquilidad estuviera basada en una mentira.
Tomás se sentó en su silla. Llamó a la sala de motores y pidió hablar con Raúl.
— Dígame, Capitán.
Tomás respondió, sonriendo:
— ¡Capitán!
Raúl lanzó una sonora carcajada y redobló la apuesta:
— ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Tomás no pudo mantenerse serio, aunque lo intentó con todas sus fuerzas y respondió:
— No hay de queso, nomás de papa.
La respuesta fue una nueva carcajada que se contagió por ambas secciones de la nave. Los únicos serios y hasta confundidos eran Culbert en el puente y Caz en la sala de motores.
— ¡No sabía que en Perú miraban Chespirito! Ahora hablando en serio, Raúl, ¿Cómo es el asunto de la copia off-line de Internet que me comentaron? ¿Se puede hacer todo lo que podíamos hacer allá en la Tierra?
— Todo. Y más también. Con las limitaciones de una copia off-line, desde luego. Podemos bajar archivos, navegar, leer, etc. También podemos usar los programas hackeadores del sistema autónomo de la nave para deshabilitar contenido cifrado o en la Deep Web. ¡Hace un rato uno de mis muchachos consiguió violar la seguridad de la bolsa de comercio de Tokio! ¡Sólo por diversión, por supuesto! No es que le redituara de alguna forma.
— Ustedes se divierten de maneras bastante inusuales allá abajo. Yo me hubiera bajado un emulador y algún buen juego. Lo que me lleva a lo que estaba pensando. Quiero que se instalen en el buffet terminales con acceso a Internet. ¡Que todo el personal pueda conectarse!
Raúl aprobó la idea. Sin decirlo, se le notaba el entusiasmo en el rostro. Algo similar sucedió con la gente del puente.
— ¡Podemos hacerlo, sí!
— Y algo más. — El jefe de ingenieros lo miró desde la pantalla, expectante — Quiero diseñar un programa de entrenamiento para nuestras funciones. Desde luego que no va a haber nada parecido a lo que estamos haciendo en ningún sitio de Internet. Por eso voy a hacerte una lista de libros, series y películas de ciencia ficción que me parecen importantes para nuestra vida de exploradores.
Noelia interrumpió la charla para hacer una sugerencia:
— Vamos a necesitar una sala de cine, entonces.
Raúl asintió.
— El hangar 18 está sin uso.
Tomás estuvo de acuerdo con la propuesta.
— ¡Entonces que el hangar 18 sea nuestra nueva sala de cine! Noelia, ¿Querés encargarte de organizarla?
Los ojos de la joven brillaban.
— ¡Obvio que sí!
Había un aire nuevo en el ambiente. Y cada vez se notaba más.

Al finalizar su turno, decidió dar una caminata antes de irse a dormir. Sin quererlo, llegó hasta el mirador. Ahí pudo contemplar en vivo aquello que ya había visto un rato antes en la pantalla principal del puente: un sistema binario, con una estrella enana roja orbitando una gigante azul. Era un espectáculo fascinante.
Diana y Florencia venían caminando por el lado contrario. Se le unieron a mirar el espectáculo.
— ¡Qué de cosa' linda' que hay en el espacio! ¿No?
Los jóvenes asintieron, mudos ante semejante belleza. Finalmente Tomás habló:
— ¡Gracias por quedarte, Diana! Honestamente, pensé que ibas a ser la primera en irte.
— No tengo nada allá, nene. — Respondió ella, con su voz inundada de lágrimas reprimidas. — Hay un par de viejas loca', como yo, que a veces nos juntábamo' a jugar al truco y chusmear. Pero nada má'. Y recuerdo'. Demasiados recuerdo'. Acá, en cambio, la tengo a ella. — Abrazó a Florencia con un brazo, ella intentó brevemente separarse, pero luego cedió. — Ademá', alguien tiene que vigilarte, pá que no termine' metiendo la pata con el próximo loco religioso que te cruces.
Los tres rieron. Entre risa y risa, Diana le lanzó una fugaz mirada seria que Tomás entendió. Aquello no era una broma, se quedaba también para protegerlo. Recordó lo sucedido en el hospital de a bordo y sintió una corriente helada en su espalda.
— ¡Bienvenida, entonces, a la Nave de los Pioneros!
La doctora frunció la boca.
— ¡Más bien, la nave de los loco'!
Y Florencia agregó:
— Creo que tenemos un poquito de cada una de las dos. Si no es que son sinónimos entre sí.
Tomás y Diana festejaron la ocurrencia. De pronto, la doctora pareció recordar algo.
— ¡Me tengo que ir a la guardia! ¡Parece que una de las chica' de la sala de motore' tiene un retraso. ¡Mirá si tenemo' un bebé en camino! ¿No sería lindo? ¡Nos vemo'! —Y mientras besaba a Tomás en la mejilla le susurró: — ¡Y vó' a ver si te avivás de una vé', nene! ¡Ya te lo dije!
La doctora se marchó, dejando atrás a un joven Capitán con su rostro enrojecido por la vergüenza.
Tomás y Florencia se quedaron mirando aquellas estrellas, dos grandes bolas de fuego entrecruzadas en un baile milenario. Ninguno de los dos se animaba a decir algo. Finalmente fue ella quien habló:
— Diana no lo sabe, pero tengo muy buen oído.
Tomás volvió a ponerse colorado. Florencia también.
— Yo... — Comenzaron a decir ambos al mismo tiempo. Tomás le cedió el turno. — Vos primero. Por favor.
Ella dudó. Finalmente se decidió a hablar.
— Yo... No soy fácil, ¿Sabés?
— Nadie es fácil, Flor.
Le agradó aquella respuesta. Sin embargo acotó:
— No, en serio. Tengo tres millones de dramas. Y no siempre vas a entender de dónde vienen, porque muchas veces yo misma no lo entiendo.
— Igual yo. Y todos los demás. Acá, en la Tierra y seguramente en otros mundos también. Todos somos complicados. Todos somos difíciles. Lo importante es no dejar de respetar al otro, ¿no?
Los labios de Florencia hicieron una leve sonrisa.
— Y no dejar de ser amigos. — Agregó ella — La amistad es importante.
Tomás estuvo de acuerdo.
Se perdieron en la visión de aquella inmensidad. Era el lugar perfecto para un primer beso. La tomó de la mano suavemente y sin que se lo esperara, ella se soltó. Luego lo miró, avergonzada.
— ¡Perdón! ¡Me hace muy mal cuando me rozan la piel y...!
— Tranquila, Flor. No tenés por qué disculparte. Perdón por haberte hecho mal, en todo caso. Ya nos vamos a ir conociendo mejor y saber qué nos gusta y qué no. ¿Te parece?
Ella estaba por responder cuando la voz de Enrique por los altavoces los interrumpió:
— ¡Capitán! ¡Al puente, por favor! Captamos una señal de auxilio proveniente de uno de los mundos de este sistema. ¡Ya iniciamos protocolos de evacuación en hall de entrada, para evitar incidentes con el traductor/transportador!
Se miraron. Y rieron. Él le dijo, sonriendo:
— ¿Ves lo que te digo? ¡Yo tampoco soy fácil! Esto va a pasar bastante seguido, me parece.
Ella miró su reloj pulsera.
— ¡Andá tranquilo! Igual ya tengo que irme a hacer la cena, o Tobermory va a empezar a protestar.
— Ok. ¡Pero esta historia continuará! ¿No es cierto?
Ella le acarició una sien.
— ¡Por supuesto!... ¡Capitán!

CAPÍTULO 6: MILITIA EST VITA HOMINIS SUPER TERRAM

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CAPÍTULO 6: "MILITIA EST VITA HOMINIS SUPER TERRAM"

"And here we go again
We've taken it to the end
With every waking moment
We face this silent torment

I'd sacrifice
I'd sacrifice myself to you
Right here tonight
Cause you know that I love you"

London after midnight, Sacrifice.

"It seems to me, that if we love, we grieve. That's the deal. That's the pact. Grief and love are forever intertwined. Grief is the terrible reminder of the depths of our love and, like love, grief is non-negotiable." Nick Cave.

“What does God need with a starship?” James T Kirk.

“I doubt any god who inflicts pain for his own pleasure!” Leonard H. "Bones" McCoy.


TOMÁS

Despertó sentado en el asiento del copiloto. No se había movido de allí desde que habían encontrado el rastro de la nave terrícola. La nave de sus amigos y enemigos. Su nave. Ahora se reprochaba no haber hablado más con la gente del puente, antes de que le cortaran la comunicación. Había visto el miedo en el rostro de Noelia y Enrique, la expresión de locura de Stern y la profesionalidad de Culbert, intentando contener la situación. Y también había visto otra cosa: la expresión de los Drepali cuando él les habló. Y aquello le pareció un buen signo.
— ¡Drepali! ¿Pueden creer en alguien que le miente a los de su propia especie?
Se había informado durante su larga búsqueda sobre las costumbres de los Drepali y del Conglomerado en general. La mentira era vista dentro del Conglomerado como una estrategia más de supervivencia. Como unos colmillos, un exoesqueleto o unas patas fuertes, aquellas especies que habían desarrollado la habilidad de mentir raramente lo hacían entre miembros de su propia especie, salvo en aquellos mundos donde nunca se había conseguido una unidad representativa, una identidad global.
No era el caso de los Drepali. Ellos habían conseguido un gobierno central y la consiguiente unificación de su cultura cientos de años atrás. Y eventualmente habían dejado de usar la mentira como técnica de supervivencia cuando una estafa comercial fue descubierta, desatando una guerra que había eliminado a un alto porcentaje de la población de su mundo natal. Por lo tanto, exponer a Stern como el mentiroso que era frente a parte de su núcleo interno había sido parte de su estrategia de regreso.
Miró a Figghuroth y notó que tenía las plumas del brazo erizadas, lo que identificó como su expresión de extrañeza.
— ¿Está todo en orden?
Figghuroth se rascó la cresta.
— Sí... Pero... El piloto de la nave que perseguimos... ¡No entiendo lo que está haciendo! — Tomás lo miró, interesado — ¡Hace todo mal! ¡Aumenta su velocidad al máximo, como queriendo perdernos, pero evita los pozos gravitatorios que mejorarían la velocidad mucho más! Es como si en el fondo quisiera... — Miró a Tomás, que sonreía, y comprendió — ¡Quiere acortar la distancia entre nosotros!
Tomás miró hacia el negro vacío que lo separaba de su destino y envió un abrazo de agradecimiento a la distancia.
— Es Noelia. —Respondió. — Y está haciendo todo bien.

STERN

Ya era suficientemente malo que ese chiquillo molesto estuviera vivo. Ahora además tenía que soportar los cuestionamientos que Bekken, el líder de los Drepali, le hacía.
¿Cómo se atrevía a desafiarlo así, abiertamente, frente a su propia tripulación? ¿A exigirle que le entregara el mando de la nave? ¡A él! ¡Al Elegido del Señor! ¡El Último Profeta! Quizás las mentiras que le había dicho a los Drepali no eran falsedades, después de todo y Tomás era en verdad la serpiente de su Paraíso. Y no podía olvidar que no había actuado solo. Había tenido la ayuda de Noelia, quien también lo había desafiado. ¡Y vaya uno a saber de quién más! Observó el puente de mando. Del único en que se animaba a confiar (y hasta por ahí nomás) era en Enrique. A él sí había llegado. Lo había tentado y lo tenía casi completamente en sus manos. No era una oveja, pero tampoco un subversivo. ¿Los demás? ¿Noelia? ¿Gonzalo? ¿Culbert? ¡Todos traidores! ¡Igual que en Arkansas, poco antes de la redada! ¡No iba a cometer el mismo error una vez más! Allá en la Tierra se había confiado, entregándose al hedonismo y el pecado mientras todos conspiraban a sus espaldas. ¡Esta vez los tendría a todos bien vigilados! Entonces decidió hacer un anuncio:
— ¡Hasta nuevo aviso nadie abandona su puesto!
Culbert intentó razonar:
— ¡Pero Capitán! ¿Cómo haremos para comer? ¿Para dormir?
Stern sonrió. Era una sonrisa peligrosa. Llena de locura.
— ¡Es momento de una expiación! ¡Quiero que limpien sus corazones! ¡Los quiero puros! ¡Dios los quiere puros! ¿Y qué mejor manera de alcanzar la pureza de cuerpo y espíritu que mediante las privaciones? ¡Ayuno! ¡Vigilia! ¡Voy a convertirlos en santos! — Levantó su arma y la movió, apuntando un instante a cada uno de los presentes. — ¡En santos o en mártires! ¡Todo depende de ustedes! — Tomó asiento y dejó que su mirada se perdiera en el negro vacío que le llegaba a través de la pantalla principal — Sí. Todo depende de ustedes.

RAÚL

El mensaje de Noelia no había sido muy claro, pero era evidente que algo malo pasaba en el puente. Probablemente afuera también. Era el momento de decidir qué hacer. Volvió a sentirse como aquel día, en Cuzco. El día que dejó atrás lo que había sido su vida por primera vez. Una amalgama de miedos, inseguridades, esperanzas y certezas.
Y fue en contra de sus obligaciones, en dirección a lo que sus instintos le indicaban qué era lo correcto.
Se dirigió a una consola de diagnóstico alejada del resto de sus compañeros. No sabía quién lo apoyaría ni quién lo podría delatar. Tampoco quería involucrar a nadie en lo que iba a hacer. Aquella era su decisión. Si algo salía mal, que fuese a él a quien castigaran. Inició el protocolo de diagnóstico. Una operación de rutina, nada sospechoso. Pero según la estructura informática de los archivos y aplicaciones que mantenían la nave funcionando, desde allí podía leer el registro de actividades que tanto tiempo habían buscado semanas atrás sin que nadie lo notara.
Leyó la falsa alarma que había activado a pedido de Noelia. Y la actividad en las comunicaciones y los sensores externos. Luego consiguió entrar al buffer de video de la comunicación entre el Arca y otra nave. Lo que vio lo hizo soltar un suspiro de sorpresa que apenas consiguió ahogar. Levantó la vista, asustado, pero nadie parecía haberlo notado.
¡Tenía que hacer algo! ¡Era imperativo actuar! ¿Pero cómo? Muchos de los trabajadores de la sala de motores vestían las túnicas de la secta de Stern. Algunos otros no lo hacían, pero creían en la estructura de mando que ubicaba al Capitán por encima de todo. Y no tenía tiempo para evaluar el carácter y las creencias de cada uno de ellos.
La solución a su dilema apareció en la forma de un gigantesco oso lampiño. Caz había estado usando su tiempo libre para examinar una de las consolas de interfaz. Se le acercó y en secreto le preguntó qué estaba haciendo.
— Estoy estudiando la naturrraleza humana. Crrreo que estoy comprrrendiéndolos un poco más que al prrrincipio de mi viaje.
Raúl se lo quedó mirando. Realmente quería comprender de qué estaba hablando, pero no era el momento. Ahora lo importante era ayudar a la gente del puente.
— Caz, ¿Confías en mí?
El Graahrknut lo observó desde lo alto, con su mirada de depredador completamente inexpresiva.
— No confío en nadie que no me haya acompañado en una cacerrría. Porrrque es allí donde la gente rrrevela su verrrdaderrro serrr.
Raúl asintió.
— ¿Confías en Culbert , entonces?
— ¡Darrría mi vida porrr Bufanda-de-Intestinos! ¡Él literrralmente es el dueño de mi existencia!
— ¡Entonces ven! ¡Tengo algo que mostrarte! ¡Nos vamos de cacería!
Al oír aquello el Graahrknut sonrió. Hacía mucho tiempo que no escuchaba aquella frase.

STERN

Habían pasado ya dos días desde su decisión de no permitir que nadie del puente abandonara sus puestos. Según las proyecciones que le habían mostrado, escapando de la nave de Tomás a toda velocidad, sin detenerse, durante otros dos días, se alejarían más allá de cualquier posibilidad de rastreo.
Con respecto a las privaciones de sueño, agua y alimento, algunos las venían llevando mejor que otros. Noelia y Enrique habían tenido cada uno un desmayo. Culbert parecía resistir. Él mismo se había sentido mareado un par de veces, al levantarse bruscamente de su asiento. Los Drepali, en cambio, encontraron el concepto del ayuno como algo fascinante. Cada molestia física que sentían la trataban como una señal divina de expiación y como tal la recibían, con una incinerante pasión y ardiente fervor. ¿De dónde habían salido aquellas criaturas maravillosas? Eran, sin ningún lugar a dudas, los fieles ideales. Ellos controlaban a los trabajadores del puente, asegurándose de que a nadie se le ocurriese hacer el menor tipo de resistencia. Ya los recompensaría cuando fuese el momento. Les daría algunos de los tripulantes disidentes para usar como esclavos, o les ofrecería un lugar importante en el gobierno del mundo que decidieran conquistar. En su anhelado Planeta Paraíso.

En aquellos dos días había recibido dos comunicaciones: una de Mike y otra de Valeria. Mike, su amigo y compañero desde el inicio de aquella aventura, aquel que poseía el balance perfecto entre oveja y lobo, le acercó las novedades de los avances que estaba teniendo su evangelización. Sólo por diversión decidió preguntarle si había intentado convertir a la doctora, pero su amigo se puso tan nervioso que debió explicarle que se trataba de una simple humorada. Valeria, por su parte, le habló por mensajes privados. Eran mensajes de contenido principalmente sexual. Stern sonrió ante el burdo intento de aquella joven por controlarlo a través de su seducción. Era culpa suya. Le había dejado creer que sus insinuaciones y acciones eran lo que le había conseguido una posición de lujo entre sus compañeros tripulantes. Le dejaba sentirse la "Primera Dama" en aquella Arca Divina. Cuando en realidad lo que le había interesado, desde que la había conocido, había sido su falta de escrúpulos a la hora de escalar posiciones. En cierta forma le recordaba a él mismo, años atrás, cuando sólo eran el dulce Mike, él mismo y un mundo hostil y traicionero que buscaba ser trepado, sin importar qué medios hubiera que utilizar.
Miró a sus subordinados, con cierto placer. Le gustaba cuando la gente le obedecía, no podía evitarlo. Respiró profundo y se permitió unos segundos de relajación. Todo estaba saliendo finalmente como él lo deseaba.
Por supuesto que era todo una mentira.

Las puertas de ingreso al puente de mando eran prácticamente impenetrables. Muy pocas cosas podían filtrarse a través de ellas. El sonido no era una excepción. Así, cuando éstas se abrieron, gritos, disparos y alarmas inundaron el recinto. Stern, sobresaltado, dirigió toda su atención hacia aquel punto. Los Drepali abandonaron sus puestos de control y corrieron hacia su líder espiritual, buscando protegerlo. Dos alienígenas cruzaron la puerta. Llevaban armas. Una tercer figura se unió a los otros dos invasores. Era Tomás.
Al verlo, Stern gritó de odio y comenzó a disparar. Aquel sería el último enfrentamiento entre los dos.

CAZ

Existen varias formas de iniciar una cacería. La más rápida (y por lo tanto la menos satisfactoria) es correr salvajemente hacia la presa. La mejor involucra una cuidadosa planificación de eventos y situaciones que en última instancia culminan con el corazón de la presa en las fauces del cazador.
Aquella era una verdad que Cazador-de-Presas-Ágiles había aprendido cuando sus garras aún no tenían filo y sus padres se arrojaban entre sí la comida, esperando que él la interceptara, probando que tenía los reflejos necesarios para ser considerado apto. Y ahora estaba cazando de la mejor manera.
Junto con Raúl y la complicidad de Noelia, Culbert y Enrique habían desviado el control de la nave del puente a aquella consola de la sala de motores. Luego habían reemplazado las señales que las consolas del puente debían recibir, tanto de los sensores externos como de la pantalla principal y las computadoras de navegación, por otros datos, generados por un simulador de vuelo programado entre ellos dos. En resumen, podían estar a punto de colisionar contra un gigante gaseoso y desde el puente sólo verían la oscura infinidad del vacío interestelar.
Durante su tiempo a cargo del timón, Noelia se había encargado de demorar lo más posible la huida, evitando cualquier campo gravitacional que les significara un aumento todavía mayor de velocidad. Cuando ellos tomaron el mando, sin embargo, pudieron enlentecer aún más la marcha, sin correr el riesgo de ser descubiertos.
Finalmente llegó el esperado momento en que la pequeña nave espacial que con tanto afán los perseguía volvió a aparecer en sus registros. No mucho tiempo después, se reencontraron.
La transmisión llegó por un canal seguro, directo a la pantalla que sólo ellos dos podían ver. Quien hablaba era Tomás.
— ¡Qué gusto verlos, chicos! — saludó el joven, con sinceridad. — ¿Cómo está todo por allá?
Raúl torció los labios y le explicó la situación.
— Stern tiene a la gente del puente de rehén. Cortó todas las comunicaciones con el resto de la nave. Le estamos haciendo creer que ustedes están fuera de rango, pero cuando los dejemos abordar, vamos a tener problemas.
Tomás asintió.
— Sí, me imagino. Casi todos los de seguridad eran gente suya. ¿Cómo le están haciendo creer que estamos lejos?
Caz sonrió.
— Emulamos lecturrras falsas parrra todas las pantallas del puente. — Sonrió, mostrando aquellos dientes que habían sido hechos para quitar vidas — Fue mi idea.
Tomás movió su cabeza aprobatoriamente.
— ¡Muy buena idea, Cazador-de-Presas-Ágiles! ¡Muy bien los dos!
Caz gruñó de felicidad. Por el elogio recibido, y por volver a oír su nombre completo. — ¡Ahora necesito que nos abran la escotilla de entrada!
Caz gruñó, curioso.
—¿Nos abrrran? ¿Quiénes te acompañan?
Tomás miró alrededor, fuera del alcance de la cámara que lo enfocaba. Lo pensó un segundo. Luego respondió:
— Aliados. — E inmediatamente se corrigió. — Amigos.

TOMÁS

Raúl hizo callar a cada alarma o alerta programada para sonar ante un acoplamiento. Nadie, excepto Caz y él, iba a saber que se estaban conectando a otra nave que, por otro lado, nadie había alcanzado a percibir. Tomás había tomado la precaución de desactivar toda iluminación externa, por lo que visualmente era muy difícil distinguirla desde alguna ventana o desde el mirador. Raúl había desconectado los ganchos que enseñaban el idioma a las nuevas visitas. No podían permitirse caer inconscientes en medio del operativo. Caz, a pedido de Tomás, abandonó la sala de motores y partió rumbo al hall de entrada. Iba desarmado, ya que sus dedos eran demasiado gruesos para las armas de fuego humanas. Cuando se encontraron, discutieron la estrategia:
— Lo importante es llegar al puente, evitando la mayor cantidad posible de enfrentamientos.
Caz lo miró sin entender.
— ¿Porrr qué evitarrr una batalla? ¡Es la mejorrr parrrte!
— Porque lo que queremos es sacar del mando a Stern, no causar un baño de sangre. Además, la gente que nos enfrente son pobres tipos obedeciendo órdenes. Cambiamos al que da las órdenes y van a dejar de atacarnos.
Figghuroth silbó. Era su manera de demostrar disenso.
— Un pensamiento muy ingenuo, mi querido amigo.
Tomás sonrió con tristeza.
— Puede ser. Y puede ser que no todos obedezcan a quien les dé las nuevas órdenes. Pero al menos quiero darles la oportunidad de demostrar que son capaces de dejar de ser lacayos de Stern. Cuando matamos a alguien le quitamos eso, el potencial de cambiar.
Caz lanzó un pequeño rugido. Luego miró a Tomás y respondió:
— Corrrtarrr la cabeza parrra que el cuerrrpo sane. Ahora entiendo qué ve Florrrencia en tí. Al igual que ella, tienes ideas extrrrañas, perrro interrresantes. — Tomás se sintió incómodo ante aquella frase.
No tuvo mucho tiempo para avergonzarse. Un grupo de seguridad pasó por el lugar. Estaban en una recorrida de rutina, así que aquella reunión de alienígenas y un humano armados los tomó por sorpresa. Caz saltó sobre ellos con la agilidad y ferocidad que sólo miles de años de evolución para adaptar su cuerpo para la caza podían darle. Desarmó y golpeó a los tres hombres sin darles tiempo a nada. Al terminar, se volteó para mirar a Tomás. Sonreía satisfecho.
Figghuroth, asombrado, preguntó a Tomás:
— ¿Cuál me dijiste que es su función en ésta nave?
Tomás, todavía con la boca abierta, respondió:
— Es nuestro ingeniero de sistemas informáticos.

Habían avanzado sin ser detectados durante un corto trecho. El olfato de Caz les avisaba cuando una patrulla se acercaba. Las idas y vueltas los llevaron a la puerta del buffet. El Graahrknut olfateó gente delante de ellos. También detrás. ¡Estaban rodeados! Miró hacia el comedor.
— ¡Entrrremos! ¡Es segurrro! ¡Sólo están Florrrencia, la doctorrra y su animal!
Tomás estuvo de acuerdo. Y fueron a ocultarse allí, seguros de que iban a ser bien recibidos.

FLORENCIA

Diana le estaba contando un chisme del que se había enterado. Aparentemente era algo que le gustaba mucho. Ella no le encontraba sentido a aquel intercambio de información inútil. Pero la dejaba hacer, porque disfrutaba mucho de su compañía. Tobermory las miraba confundido desde el mostrador, donde se había acurrucado a descansar. Aquella era una actividad que él tampoco alcanzaba a comprender.
Ella había aprendido durante su vida a responder automáticamente cuando alguien decía demasiadas cosas demasiado rápido, lo que la agobiaba. Y en general sus respuestas eran acertadas. Pero algo se rompió, de repente. Dejó de escuchar. Dejó de responder. Dejó, también, de respirar. Porque la puerta del buffet se abrió, revelando una visión imposible. Veía gente muerta, volviendo a la vida, custodiada por un pequeño ejército de alienígenas; algunos nuevos, y uno muy familiar.
Tomás le sonrió. Y eso fue todo lo que le importó en aquel instante. Dejó de escuchar los chismes de Diana. Dejó de preocuparse por cómo reaccionaría Tobermory. Y ni siquiera consideró si aquellos extraños seres podían o no ser un peligro para ella. Nada más le importó, porque allí estaba su amigo y le sonreía. Corrió hacia él. Su vista se nubló, transformando la clara imagen de Tomás en una nebulosa humanoide. ¿Era una alucinación? ¿La medicación que Diana le había sintetizado tenía aquel efecto secundario? Lo abrazó. Y cuando sintió cómo él le respondía al abrazo lo entendió. Las culpables de su vista nebulosa eran sus lágrimas.
Cuando se separaron, él le dijo, sonriendo:
— Te traje trabajo. ¡Mucho trabajo!
Ella lo miró, confundida. Figghuroth le explicó:
— La nave que usamos para escapar de la prisión, la que éste loco eligió, no tenía un gran armamento, ni un motor de avanzada. Era una nave de provisiones. En su interior hay comida y granos en cantidad suficiente para aprovisionarlos a ustedes y a nosotros por varios meses.
Tomás agregó, feliz:
— ¡Pueden olvidarse del puré verde azulado!
El único que no festejó la idea fue Tobermory, que exclamó:
— ¡Justo lo que necesitaba! ¡Todavía más trabajo!

DIANA


Luego de unas breves presentaciones y explicaciones, Caz les indicó que ya era seguro salir. Diana los detuvo un instante. Había algo que necesitaba preguntar:
— Decime, nene, ¿Qué pensá' hacer con ese yanqui loco cuando lo atrapes?
Tomás la miró, serio.
— Estuve pensando mucho en eso. Tuve bastante tiempo para pensarlo. Primero, los que quieran volver a la Tierra van a poder hacerlo, así que quedate tranquila. Ya arreglé con Figghuroth y él los va a llevar. — Diana sonrió, satisfecha — Y Stern... Si sobrevive al enfrentamiento, lo quiero preso. Vamos a hacerle un juicio, como corresponde. Y todos vamos a declarar.
— ¡ Só' demasiado bueno vó, nene! ¡Yo lo llenaría de agujero'!
— ¡Ganas no me faltan, Diana! — admitió Tomás. — Pero no podemos permitir que su maldad nos corrompa.
Florencia intervino:
— Es la paradoja de la tolerancia de Popper. Si toleramos a los intolerantes, ellos terminan acabando con la tolerancia.
Caz se acercó a apurarlos, pero le interesó la conversación y se quedó en silencio, observando.
— Entiendo lo que decís, Flo. — Respondió Tomás — Pero por otra parte, Si prohíbo la intolerancia para proteger la tolerancia, ¿No estaría pecando yo también de intolerante?
Caz gruñó, satisfecho.
— Algo parrrecido planteó Rrrawls. Pero al final le terrrminó dando la rrrazón en parrrte a Popper. Lo más imporrrtante es la superrrvivencia de la sociedad.
Tomás y Florencia asintieron. Luego, Caz insistió en que era el momento de salir del buffet. Diana los acompañó a la puerta. Le dio un breve abrazo de despedida a Tomás y señalando con la cabeza a Florencia le dijo en voz baja:
— Nene, ¡Avivate, che!
Tomás la miró. Miró a Florencia. Y cuando volvió a mirar a Diana, su cara estaba roja de vergüenza. La doctora sonrió. Ahora él tenía más motivos todavía para volver sano y salvo de aquella pequeña guerra.
Luego se despidió del Graahrknut.
— ¡Re bien lo tuyo! ¿Eh? ¡Todo un pensador! ¿Flopi te enseñó toda' esas cosa'?
Caz, ansioso por salir a la batalla, no quería más interrupciones. Respondió lacónico:
— Lo leí en Interrrnet.
Y se giró para marcharse.
— ¿Interné'? ¿Cómo que Interné'? —Diana estaba confundida ante aquella respuesta.
Caz gruñó, hastiado.
— Interrrnet, sí. ¡Hay una consola en la sala de motorrres, si lo desea! ¡Ahorrra disculpe! ¡Debemos irrrnos!
Y finalmente partieron.
Diana se quedó pensando, paralizada allí en la puerta. Florencia se le acercó, preocupada.
— ¿Estás bien? — Ella la miró, pero no la escuchó. Estaba ocupada pensando en algo, pero aún no sabía en qué. Entonces reaccionó.
— ¡Si hay Interné' me puedo comunicar con Juli, nena! ¡Voy a poder volver a verla, aunque sea así, de lejo'!
— ¿Hay Internet en la nave? ¿A dónde? — Preguntó Florencia.
— ¡En la sala de motore'! ¡Vamo' para allá ya mismo!
— ¡Dale, te acompaño!
Y salieron corriendo por el pasillo, hacia el lado opuesto del que habían salido sus amigos.

TOMÁS

Casi estaban llegando al puente cuando algo salió mal. Caz detectó un grupo de seguridad adelante de ellos, así que decidieron regresar. Entonces olfateó un grupo de personas dirigiéndose hacia ellos por su única vía de escape. Los reconoció de inmediato: eran Mike Parrish, Valeria, y otros dos integrantes del Culto de Stern.
— Huelo pólvorrra. Al menos uno de ellos está arrrmado.
— ¿Y los guardias de adelante? —, quiso saber Tomás.
— También.
Figghuroth apoyó una mano en Tomás.
— Ya no podemos evitarlo, Tomás. Vamos a tener que atacar a alguno de los dos grupos.
El líder de la insurrección suspiró para liberar su pesar. Una vez más debía decidir cuál era el mejor camino. Por ende, iba a definir quién podía llegar a morir.
— ¡Vamos hacia adelante! ¡Hacia el puente! Lamentablemente, es la opción obvia. — Y agregó: — ¡Que disparar sea el último recurso! ¡Y traten de evitar que nos disparen! ¡No quiero alertar a nadie de nuestra presencia! El puente es a prueba de sonidos, pero el resto de la nave no.
Sus compañeros asintieron. Corrieron haciendo el menor ruido posible. Sorprendieron a la patrulla que se les interponía en el camino. Caz golpeó a uno, Tomás a otro y uno de los alienígenas a un tercero. Figghuroth vigilaba la retaguardia, atento a ver si el grupo de Valeria y Mike se les acercaba. Gurrdug, otro de los fugitivos que habían escapado con Tomás, barrió el pasillo con un pulso ultrasónico. Los detectó cada vez más cerca. Se giró para advertirle a Tomás, pero éste aún estaba luchando contra uno de los guardias y no escuchó el aviso susurrado. Figghuroth sí, y corrió hacia él.
— ¡No podemos perder más tiempo! Se acerca el otro grupo!
Siguieron corriendo, directo hacia el puente, cuando un disparo retumbó en el estrecho corredor. Por reflejo, Tomás y el Caz saltaron hacia adelante, rodaron por el piso y quedaron cuerpo a tierra. Se giraron, rápidamente y buscaron a su atacante. Vieron a uno de los guardias que habían reducido, con una pistola en la mano, todavía en el piso. El alienígena que lo había golpeado yacía muerto a unos pasos de distancia. Figghuroth saltó sobre el guardia aún consciente y lo golpeó con tal fuerza que se oyó el sonido del cráneo al romperse.
Gurrdug lanzó otro pulso. Ya era tarde, el grupo de Mike había escuchado el disparo y avanzaba con velocidad hacia ellos. El enfrentamiento era inevitable.
Caz oyó los rápidos pasos antes que los demás. Se interpuso entre Tomás y los atacantes y le dijo:
— ¡Corrre! ¡Acaba con esto ahorrra mismo!
— ¡Caz! ¡No tenés armas! — Objetó el líder de la rebelión. El Graahrknut sonrió y levantó sus garras.
— Tengo la mejorrr arrrma de todas. ¡Miles de años de evolución!
Y corrió hacia sus perseguidores. Antes de desaparecer en una curva, se giró y dijo — ¡No dejes que nada malo le pase a Bufanda-de-Intestinos! — Y no le dio tiempo a responderle.
El grupo de Tomás continuó su marcha. Dejando atrás al Graahrknut habían perdido la posibilidad de adelantarse a los peligros que los esperasen mediante su olfato, pero todavía tenían la eco localización de Gurrdug, que no era tan precisa, pero cumplía con el propósito de mantenerlos a salvo. Atrás se escucharon los gritos y disparos de la batalla que Caz estaba librando en solitario. Tomás tuvo que contenerse para no enviar alguien a ayudarlo. Todo su ser le decía que no podía dejar que su aliado se sacrificara por él, pero al mismo tiempo, la razón le indicó que la prioridad era vencer a Stern. Cortando la cabeza, el cuerpo del animal que había infectado a la tripulación sería derrotado.
Finalmente llegaron a la entrada del puente. Stern había cerrado las puertas y las había bloqueado con su código personal. Figghuroth se ofreció para intentar hackear el cerrojo, pero no hizo falta. Tomás intentó con su clave. Al hacerlo, esta sobrescribió los privilegios de la de Stern. Tomás murmuró "¡Lo sabía!".
Las puertas se abrieron y Figghuroth, Gurrdug y los demás ingresaron al puente. Stern se los quedó mirando, absorto. Hasta que entró Tomás. Su visión lo despabiló con la violencia, toxicidad y rapidez de una línea de cocaína. El Líder del culto que había tomado el control de la nave lanzó un grito primal y comenzó a disparar, libre ya de la carga de las apariencias. La primer bala pasó demasiado cerca de la cabeza de Tomás, quien sintió el aire del proyectil moverse en sus cabellos. Consiguió agacharse, pero los disparos seguían cayendo, eran una lluvia que pretendía borrar los problemas de su enemigo. Consiguió saltar detrás de un panel con controles de presión y porcentajes de los gases atmosféricos. Era una parte importante del soporte vital.
Sintió nuevas descargas del arma y gritó:
— ¡Idiota! ¿No te das cuenta que si le das a algún punto crítico de la nave podés matarnos a todos! ¡Hablemos!
Stern volvió a disparar. Y entonces una de sus balas mató a alguien.

CAZ
No le temía a aquellos a quienes estaba por enfrentar. Tampoco a la (remota) posibilidad de ser herido o muerto en combate. Mucho menos al sentimiento de derrota que, según le habían enseñado en su planeta, se cierne sobre uno cada vez que un cazador corría hacia su presa. Su único miedo era el no poder contenerse y matar sin quererlo a aquellos que cada vez estaban más cerca de él. El defraudar la confianza que aquellos humanos (especialmente Bufanda-de-Intestinos) habían depositado en él. Y es que su olfato no lo engañaba. Aquellos seres serían una delicia. Incluso había tenido pesadillas donde su parte instintiva superaba a su parte racional y cedía a la tentación de alimentarse de sus compañeros de viaje.
Podía olerlos. Estaban a pocos metros ya. Se ocultó, aprovechando un túnel de mantenimiento en la pared del pasillo. Los dejó avanzar hasta tenerlos frente a él. La sustancia que su sistema endócrino liberaba para afinar sus sentidos, el equivalente Graahrknut de la adrenalina humana, se disparó en su organismo. Podía sentirla. Le tensionaba los músculos y relajaba la mente. Tomó la puerta que cerraba el túnel en el que se había ocultado y usándola como escudo golpeó al único de los tres integrantes de aquel grupo que iba armado. El ataque arrojó al guardia contra la pared contraria a la que él había salido. Se giró, enfrentando a los otros dos. Ninguno de ellos era una amenaza.  El olor a miedo que emanaba llegaba a su hocico. El delicioso perfume del terror. Tan dulce, tan...
Lanzó un rugido bestial. No tanto para disuadir a sus rivales, sino más bien para ahuyentar aquel deseo prohibido. La pareja intentó huir, pero tropezaron entre sí y cayeron al piso.
¡Sería tan fácil devorarlos, ahí mismo! ¡Saborear su carne! ¡Beber su sangre! ¡Ya nada le importaba! ¡La abstinencia de una buena comida era más fuerte!
Una parte de él, ni enteramente racional ni tampoco plenamente instintiva, detectó movimiento a sus espaldas. Salió de aquel trance bestial/gastronómico y giró su cuerpo. El encargado de seguridad al que había estampado contra la pared intentaba tomar su arma. Caz saltó sobre él y lo durmió de un cabezazo. Cuando se incorporó, su deseo de carne había quedado atrás.
— ¡Rrríndanse! ¡No deseo lastimarrrlos! — Gruñó, retomando el control de sí mismo.
La mujer respondió:
— ¡Tranquilo! ¡Estábamos yendo a visitar al Capitán cuando empezaron a sonar las alarmas! — Señaló al hombre que yacía inconsciente y explicó — En el camino nos cruzamos con un escuadrón de patrulla y nos asignaron un escolta por nuestra seguridad.
— ¿Qué está sucediendo? — preguntó el hombre. Caz pudo sentir el olor de Stern en ambos. Eran cercanos a su enemigo. Aun así les explicó.
— Tomás volvió a la nave. Estamos luchando contrrra el Capitán parrra quitarrrlo del mando.
Los dos humanos se miraron, asustados. Estaban en problemas.
— ¡Por favor! — Rogó el hombre — ¡Llévanos al puente! ¡Quizás podamos encontrar una solución pacifica!
Caz gruñó. ¡Esos humanos y sus "soluciones pacíficas!
— ¡Porrr aquí! — Ordenó. Y ellos lo siguieron.


DIANA

Llegaron a la sala de motores justo cuando comenzaron a sonar las alarmas. Los operarios, que habían estado trabajando normalmente, ajenos a la batalla que estaba ocurriendo en la otra punta de la nave, comenzaron a revolotear de consola en consola, como un enjambre de furiosas avispas.
Raúl seguía en su puesto, intentando en vano ocultar las consecuencias de las acciones del grupo de Tomás. Diana y Florencia se le acercaron.
— ¡Necesito usar Internet! ¡Me dijo el bicho grande que acá tienen Internet y la están ocultando! — Gritó la doctora. Raúl abandonó su lugar con rapidez y susurró:
— ¡Señora, por favor! ¡Sí, hay una imagen off-line de Internet, pero Culbert me dijo que no lo divulgara! ¡La gente de Stern no debe saberlo!
— ¿Y yo te parezco gente del yanqui loco ese? — Raúl negó con la cabeza. La situación alrededor lo tenía nervioso. — ¡Entonce' decime cómo hago para hablar con mi hija!
Raúl la miró, sin entender. Luego comprendió y le dijo, con tristeza:
— No va a poder hablar con la Tierra. Como les expliqué, es una copia off-line de Internet, no una conexión real. Puede revisar sus mails, o mirar videos en YouTube, o hasta bajar torrents. Pero solamente aquello que se haya subido a la nube hasta el día que abandonamos la Tierra.
Diana reaccionó como lo hacía cuando alguien le explicaba algo y ella no lo entendía: enojándose.
— ¿Qué me queré' decir? ¿Eh? ¡Hablame en castellano, che!
Florencia la sujetó del antebrazo, intentando calmarla.
— Que no vas a poder hablar con Juli. Pero podemos ver las noticias de lo que pasó. ¿No? — Raúl asintió.
Diana suspiró, agotada ya de tantas trabas para conseguir volver a ver a su hija.
— ¡Y bué! ¡Peor es nada! — Rezongó. — ¿Y cómo se hace?
Y Raúl les mostró cómo hacerlo, antes de irse a seguir apagando incendios.
Indagó en los buscadores que ella conocía, pero las noticias no se ponían de acuerdo entre si lo sucedido en el Uritorco había sido una explosión de gas, un atentado anarquista, o la caída de un meteorito. Florencia le ayudó a buscar lo que ella realmente quería saber: qué había pasado con su hija. Y encontraron un artículo del diario "El Saber", de Córdoba, con el siguiente artículo:

LA TRAGEDIA DEL URITORCO

El festival se venía desarrollando con una paz digna de un evento en donde lo importante era la celebración de la espiritualidad humana. Había música, meditación, actuaciones, discusiones filosóficas y teológicas. Gente de todo el país y hasta incluso de países vecinos se dieron cita en el evento. Un lugar de paz.
Nada hacía sospechar que la tragedia se estaba acercando a gran velocidad, desde los confines del espacio.
El asteroide impactó en el cerro Uritorco a las 16:37 hora local. La NASA calcula que no puede haber sido mucho mayor al momento de tocar el suelo que un automóvil familiar. Sin embargo, su alta velocidad produjo una violenta explosión que arrasó con el lugar.
Hasta el momento las cifras de muertos confirmadas ascienden a más de quinientas personas, pero es un número que al cierre de esta edición no cesa de crecer. Lo cierto es que no hay sobrevivientes que nos puedan...

Y allí fue donde Diana no pudo seguir leyendo. Sus ojos se le llenaron de lágrimas. Sus piernas se aflojaron. Cayó al piso con un gemido amargo en la garganta, que dolía demasiado como para convertirse en un grito. Florencia dudó sobre si tocarle un hombro para consolarla o no. Sabía que su amiga era una fuerza de la naturaleza y en aquel estado podía lastimarla sin querer. Nadie quiere tocar un incendio, o un huracán. Pero el verla así fue más fuerte. Y cuando apoyó su mano en la agonizante doctora, ésta se la tomó con fuerza y la tiró para sí, abrazándola. Y allí se quedaron, llorando las dos en el piso, hasta que a Diana se le terminaron las lágrimas. Sin dejar de abrazar a aquella amiga que había decidido adoptar como hija, miró a la nada y murmuró:
— ¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a hacer pelota! ¡Mierda lo voy a hacer al yanqui ese!

STERN

¡Qué sensación más bella aquella de disparar un arma! ¿Había algo mejor en la vida? ¡Sí, desde luego! ¡Dispararle a aquel jovencito estúpido que se negaba una y otra vez a morir! ¡Pero ésta vez sería diferente! ¡Esta vez sería el final! ¡El principio del final para aquella inútil y sacrílega rebelión!
Stern disparó. Estaba fuera de forma, no lo hacía desde que cruzaron Brasil. La bala debió haber pasado bastante cerca de la cabeza del chico, lo notó en su expresión. Bastante cerca, pero no lo suficiente. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver cómo uno de los Drepali luchaba contra Culbert, quien intentaba acercársele, obviamente para desarmarlo. Si lograba atravesar el bloqueo, Stern tenía una bala reservada para aquel traidor. Y otra para el chico de las comunicaciones, el que se excitaba con su chica y había decidido aliarse con el Agente.
Volvió a disparar. Vació el cargador sobre la posición del usurpador. Mientras recargaba lo escuchó gritar, pero no le entendió lo que le decía. No sabía si estaba aturdido por el sonido de su arma, por la debilidad que el ayuno le había provocado o por el odio que lo consumía. Tampoco le importó.
Descargó viciosamente el arma. Uno, dos, tres disparos. Al escondite del chico y a sus extraños secuaces. ¡Lo estaba pasando de lo mejor, a pesar de lo adverso de las circunstancias! Tuvo un pequeño mareo, la visión se le hizo borrosa un instante. Otros tres disparos, a ciegas, hacia aquellos que venían a ayudar a los invasores. Y finalmente le dio a algo.
Vio la sangre. Vio el cuerpo caer. Recuperó la visión. Y al hacerlo, vio todo a su alrededor oscurecerse. Porque el karma es una maldición muy cruel. Y acababa de asesinar a la única persona en aquella nave que verdaderamente le importaba. Su amigo, discípulo, hermano y pareja.
Su amado y siempre menospreciado Mike.

TOMÁS

El silencio se apoderó del puente de mando. El eco de los disparos se había desvanecido ya. Tomás se asomó por un costado del mamparo que lo protegía. Su rival estaba allí, congelado. Con el arma aún levantada, pero el cuerpo vacío, desprovisto de aquello que convierte a un conjunto de químicos en una persona. Giró fugazmente la cabeza, siguiendo la dirección en la que apuntaba la pistola y vio el cuerpo de Mike, ensangrentado. Valeria estaba detrás suyo, mirando hacia abajo con una expresión de horror y dolor. Detrás suyo, como una tromba, apareció Caz.
El Graahrknut corrió hacia Stern por el accidentado recinto a una velocidad que pocas veces habían podido ver los ojos humanos que allí estaban. Estaba haciendo aquello para lo que había nacido. Cazando. Y Stern no atinó siquiera a intentar defenderse. Parecía dispuesto a morir. Pero los Drepali parecían no coincidir con la voluntad de su profeta. Se interpusieron entre el gigante y su objetivo y comenzaron a disparar. Caz recibió un impacto en un hombro, otro en un antebrazo y un tercero en la pantorrilla izquierda, pero nada de esto mermó su determinación. Con sus garras abrió el estómago de uno de los protectores del auto proclamado Elegido del Señor. Saltó sobre otro de ellos, golpeándolo con una violenta patada doble que lo arrojó hacia atrás. Un tercer alienígena quiso aprovechar que lo tenía de espaldas para liquidarlo de un disparo en la nuca, pero el Graahrknut se giró antes de que éste consiguiera apretar el gatillo y le cercenó la muñeca con sus filosos dientes. Se oyó una detonación de arma de fuego. Caz giró, para enfrentar a quien había disparado. Encontró a Culbert con el brazo extendido y una pistola husmeando. El último Drepali aún estaba de pie, con un agujero en la sien.
En pocos segundos Stern había quedado rodeado de sangre y cuerpos inherentes. Una metáfora de su propia vida. Tomás salió de su escondite y se le acercó, sin dejar de apuntarle. Stern lo miró, con la mirada vacía. Le entregó lentamente su arma y caminó tan lento como un muerto vivo, hasta donde yacía aquel amigo que había asesinado sin querer. Al llegar a su lado se dejó caer sobre sus rodillas. Emitió un amargo gemido, apenas audible al principio, que fue subiendo en intensidad hasta convertirse en un alarido de dolor propiamente dicho. Besó los labios sin vida de aquel hombre que siempre había dado por sentado, que nunca consideró perder. Y rompió a llorar. Valeria, que había presenciado la escena unos pasos más atrás, lloró también y abrazando a sus dos amores se unió a aquel instante de dolor y despedida.
Tomás ahogó aquel llanto que pugnaba por aflorar. No. Aquel hombre le había causado demasiado dolor a él y a los suyos como para permitirle demostrar su empatía. Aunque aquello no precisamente significara que no sentía pena por su pérdida. Alguien le tocó un hombro y se giró, asustado. Todavía no había metabolizado la adrenalina producida durante la batalla. Era Noelia, quien lanzó un pequeño alarido ante su reacción. Se miraron apenas un segundo. Luego se fundieron en un abrazo eterno y postergado. Los interrumpió Culbert.
— ¿Qué hacemos con él? —, preguntó, señalando con la cabeza a Stern.
Tomás recordó la charla que había tenido con Florencia y Caz.
— Por el momento lo vamos a encerrar. Que esté incomunicado. No podemos arriesgarnos a que le envenene la cabeza a nadie más. Solamente vamos a tener acceso a la celda Florencia, para llevarle comida, y yo. Quiero que lo juzguemos, pero primero necesitamos un sistema de leyes. Y quiero que vos te encargues de redactar dichas leyes. Y si en el juicio decidimos la pena de muerte, no voy a negarme. — Aquellas palabras lo tomaron a él mismo por sorpresa. Sintió que era necesario aclarar algo, y agregó: — No con él.
Culbert asintió, serio.
— Entiendo. Entonces no podrás ejercer como juez. No sería correcto.
— Me alcanza con ser testigo, señor Culbert. Y con poder contarles todo lo que pasamos para llegar hasta acá. Y cuántas buenas personas dejaron sus vidas gracias a las acciones de este tipo. — Dijo, y señaló a Stern despectivamente, con el mentón.
Culbert asintió y se marchó a detener a Stern. Pasó caminando junto a Enrique y le palmeó la espalda, felicitándolo. Éste sonrió, aliviado, y acompañó al Agente con la mirada. Cuando vio a Valeria, llorando en el piso, destrozada por la muerte de su amigo, su sonrisa desapareció. No siempre los finales donde los "malos" pierden son felices.
Tomás caminó detrás de Culbert. Ya estaba listo para enfrentar cara a cara a quien se había autoproclamado su némesis. Porque él le había temido, desconfiado y hasta incluso sospechado. Pero nunca lo había odiado. Hasta que lo abandonó en aquella prisión, después de engatusarlo durante su cautiverio. Y allí había nacido un odio que se había alimentado con cada amigo o aliado que perdía su vida enfrentando a los guardianes de la cárcel. Llegó junto al cuerpo de Mike justo a tiempo para escuchar a Culbert decir "Está arrestado". Stern y Tomás cruzaron miradas. Aquello sólo lo hizo sentir culpable de su odio. Porque aquel hombre que ahora se llevaban detenido ya no era el maníaco que tejía esquemas y complots para asegurarse de que todos siguieran su voluntad. Tampoco era el loco que estaba completamente convencido de sus desvaríos. No. Aquel era un pobre hombre que había perdido todo aquello que había amado. Y aunque quiso seguir odiándolo, obligándose a recordar la muerte de Galup y de todos los demás convictos del Conglomerado, no pudo. Porque aquel hombre roto no era el mismo que había cometido todas aquellas abyectas acciones.
David el Violento había muerto en el tiroteo.

DIANA

Aquellos momentos transcurridos entre la lectura del artículo periodístico que le confirmó la muerte de su hija y su llegada al puente de mando no iban a permanecer en su memoria. Supo que había corrido como nunca lo había hecho en su vida sólo porque Florencia se lo contó, más tarde, cuando la calma había regresado a su mente. Pero en aquel instante, avanzando a máxima velocidad por los corredores de aquella nave que le había quitado su único motivo de felicidad, su cerebro había involucionado hasta el estado de un reptil; una masa primitiva de instintos que sólo buscaban matar o morir en el proceso. Tampoco recordaba haber tomado un arma de un guardia que yacía inconsciente.
Llegó al puente en el preciso momento en el que Culbert había logrado separar a Stern de un cuerpo que yacía en la entrada. Tomó el arma y le apuntó. La cara del responsable de la muerte de su hija estaba cubierta por su cabello. No quería que fuera así. Quería mirarlo a los ojos cuando la vida abandonara su cuerpo. Respiró profundo y gritó:
— ¡Che, Stern! ¡Mirame, hijo de...!
Y se quedó ahí, muda. Porque reconoció en los ojos de su víctima el mismo dolor que había visto en los suyos. Aquel reflejo reactivó su corteza frontal, la hizo actuar como una humana. Pensó. Miró hacia abajo, al cuerpo sin vida que yacía allí, en medio de una laguna de sangre que no paraba de expandirse. Un universo de glóbulos rojos extendiéndose por el piso, producto de un misterioso Big Bang. Reconoció el cuerpo al instante:
— ¡Miguelito!
Arrojó el arma a un costado. Y entonces lo entendió. Ella era una doctora, era la que mantenía a la gente con vida, no la que se la quitaba. Y aquellos instintos que le habían sido imbuidos al entrar en aquella nave fueron más fuertes que su dolor. O quizás, el poseer en su interior aquel instinto había sido el motivo por el cual la nave la había dotado con aquellos conocimientos.
— No se puede hacer nada. — Le informó Culbert. — Ya le revisé el pulso. La bala impactó directo en el corazón. Murió en el acto.
Diana levantó la cabeza. De repente, aquel tipo que estaban arrestando había pasado a segundo plano para ella. Tampoco le importó que aquel hombre que había muerto hubiera intentado matarla, unos meses atrás. Se dejó llevar por la miríada de conocimientos que alojaba su cerebro. ¡No podía dejar que su amigo terminara así!
— ¡Creo que puedo hacerlo! ¡Puedo salvarlo! — Miró a Culbert y le preguntó — ¿Cuánto hace que murió?
Culbert miró el charco de sangre y respondió:
— No hacen cinco minutos.
— ¡Tenemo' que meterle pata, entonce'! — Miró a Stern a los ojos y le preguntó — ¿Te interesa que lo salve?
El hombre roto respondió:
— ¡Más que nada en el universo!
Diana miró a Culbert y le ordenó:
— ¡Ya va a tener tiempo para arrestar a este loco! ¡Ahora "denmen" una mano y llévenlo al hospital!
Culbert miró fijo a su prisionero. Al hacerlo comprendió que verdaderamente no iba a huir.
— ¡Toma sus hombros, yo tomaré sus tobillos! — Indicó.
Tomás intervino:
— ¿Le parece una buena idea, señor Culbert? — ¿No quiere que nos encarguemos nosotros y usted se lo lleva a él arrestado?
— Tranquilo. Puedo con esto. — Aseguró Culbert. — Además, tienes mucho trabajo por hacer aquí. ¡La nave es un caos y es tu trabajo el restaurar el orden!
Tomás asintió. En su rostro ya no era un joven de 19 años.
— ¡Buena suerte, allá en el hospital!
Stern se giró. Respondió con sinceridad:
— ¡Muchas gracias, Capitán! ¡Por favor, rece por que tengamos éxito!
Mientras se iban, Diana se giró y le lanzó un gesto aprobatorio al joven. Y le susurró:
— “Capitán".

STERN

A pesar de estar debilitado por el ayuno, David se esforzó más allá de su voluntad para intentar salvar a su amigo. Cada vez que se le cansaban los brazos, bajaba la cabeza para ver aquel rostro que lo había acompañado durante buena parte de su vida, lo que le llenaba de determinación.
Recordó aquellas furtivas visitas a su hogar, durante las horas de la misa de los domingos, cuando ambos soñaban con ser libres de la mirada reprobatoria del padre de Mike. Y también las noches en que su amigo lloraba, mientras dormían en la calle, pensando que sus días estaban contados.
Recordó que fue Mike quien tuvo la idea de formar un culto. "Las iglesias le sacan el dinero a los incautos. ¡Deberíamos dedicarnos a eso! ¡Después de todo, tienes el carisma necesario!". Para Mike había sido solamente un halago divertido. Pero no para él. Para él había marcado su camino a seguir.
Volvió a mirarlo. Toda su vida se había convencido de que el amor era algo que no se aplicaba a él. Que él usaba aquella construcción social para hacerse amar y así controlar más fácilmente a aquellos que necesitaba tener cerca. Pero no. De todas las mentiras que había dicho en su vida, aquella era la más cruel. Y se la había dicho a sí mismo. Amaba a Mike con todo su corazón, con todo su cuerpo. Y haría lo que fuese por salvarlo, si había una posibilidad.
Llegaron al hospital de a bordo. Stern siguió las órdenes de aquella mujer que había jurado matar desde el comienzo mismo de aquel viaje. Dejaron el cuerpo en una camilla y luego, básicamente, se apartó del camino de la mujer, dejándola trabajar tranquila. Finalmente la doctora terminó los preparativos y se les acercó.
— La bala le perforó el corazón. Murió en el acto. Pero le puse una máquina conectada al cerebro, para estimular la actividad eléctrica cerebral, aunque no le llegue oxígeno. No va a servir por mucho tiempo. — Miró a Stern y continuó. — Necesita un nuevo corazón. Por los registro' médico' yo sé que el tuyo es compatible.
— ¿Entonces plantea matarme para darle mi corazón a él?
Diana lo miró de arriba a abajo. Su rostro era el de una jugadora profesional de cartas.
— Nada me gustaría má'. Vó' sabés que es así. Pero no. Lo que quiero es sacarte el corazón, ponérselo a él, curar el corazón de él y ponértelo a vó'. — Hizo un breve silencio y se explicó — Tu cerebro está bien oxigenado. Y tené' la cantidad adecuada de sangre. Te puedo conectar a la misma máquina que él y vas a poder aguantar hasta que el otro corazón esté curado. Él no.
Stern y Culbert se miraron. El agente levantó sus manos como si le estuviesen apuntando, dando a entender que aquella era una decisión que debía tomar Stern y sólo él.
— ¡Bien, no perdamos más tiempo! ¡Cada segundo cuenta! — Dijo. Y se acostó sobre una camilla ubicada junto a su amado/víctima.
La doctora le puso una especie de diadema en la cabeza. Comenzó a sentir un cosquilleo eléctrico en la frente y las sienes. La doctora se le acercó. Lo miraba desde las alturas.
— ¿Sabé qué? Mi hija siempre repetía un refrán. Cada vé' que me mandaba una de las mía' y terminaba extrañando a alguien, me decía: "No sabemo' lo que tenemo' hasta que lo perdemo'". Creo que esa frase vale para vó' también.
Stern miró a la camilla vecina. Alcanzó a ver las piernas de Mike. Volvió la vista a la doctora.
— Su hija es muy sabia, señora.
— Era. — Respondió Diana, con frialdad. — Murió por tu culpa.
David sintió un témpano en la sangre. Y un fuego en el rostro. Nunca se había sentido así. Levantó la cabeza y habló bajo, para que Culbert no lo oyera.
— Hazme lo que creas necesario a mí. ¡Pero por favor, sálvalo! ¡Él sólo me obedeció! ¡Y aun así se negó a matarte!
Ella lo miró, inmutable. No afirmaba ni negaba nada. Tenía aquella expresión que en Las Vegas la hubiese llenado de dólares. David se le acercó aún más.
— Dime la verdad. ¿Vas a matarme? ¿Es ésta tu venganza?
La mujer no respondió. Lo observó un instante, haciendo que cada segundo fuera un latigazo. Finalmente se le acercó tanto que pudo sentir el aliento de la doctora en su cara.
— No. No así. Sería una muerte demasiado buena para un gusano como vó', morir durmiendo. No, quiero que sobrevivas. Y quiero que te pudra' en la cárcel. Y ahí, cuando ya esté' rogando por morir, ahí sí voy a ir, a hacerte sufrir un poco má', antes de matarte de posta.
Stern lloró. Quiso pedirle perdón, pero no pudo hablar. La doctora le había inyectado un anestésico mientras hacía su pequeño discurso. Quiso girar la cabeza para ver una vez más a Mike, pero el cuerpo no le respondió. Sus ojos se cerraron. Lo último que vio, antes de que se lo llevara la oscuridad del sueño, fue el viejo rostro de aquella mujer a la que tanto había hecho sufrir.

DIANA

El trasplante había sido un éxito. El corazón de Stern latía con fuerza en el cuerpo de su nuevo huésped. Hubo dos pequeños pre infartos, pero Diana reaccionó a tiempo y evitó que la cosa pasara a mayores. Y entre paso y paso de la larga operación, se las había ingeniado para atender a aquellos tripulantes que habían tenido heridas menores o contusiones durante la batalla.
Se acercó a la máquina que estaba regenerando el corazón herido, para evaluar su progreso, y comprobó que ya estaba listo para proseguir. Comprobó los niveles de oxígeno y actividad eléctrica en el cerebro de Stern. También estaba todo listo.
— Supongo que yerba mala nunca muere. — Pensó en voz alta. Culbert sonrió, asintiendo en silencio.
— Señora, le pido disculpas por no haberle creído, cuando contó lo que había sucedido con el Cap... con Stern y Tomás cuando desaparecieron.
Diana le dedicó una fugaz mirada y volvió a concentrarse en sus pacientes.
— Tá todo bien. Estaba' haciendo tu laburo. ¡Ahora dejame hacer el mío!
Culbert hizo silencio y la dejó hacer.
Diana sacó el corazón regenerado de la máquina y lo introdujo en la cavidad torácica de Stern. Luego usó estimuladores láser para acelerar la unión de las venas, arterias y nervios. Finalmente cerró el cuerpo y comenzó a estimular al órgano vital. Al principio no hubo respuesta, pero tras repetir el estímulo, finalmente el corazón volvió a latir. Muy débil, al principio. Luego con más fuerza. Finalmente con normalidad. Recién allí la doctora se permitió un largo soplido de alivio. Sentía como si su última inspiración hubiese sido al comenzar el procedimiento, unas horas atrás.
— Estoy hecha pelota. — Le dijo a Culbert. — Me voy a tirar un cachito. Avisame si ves que pasa algo raro.
— Sí, señora. — Respondió él, siempre listo para cumplir órdenes.
Se dejó caer en aquel sillón que había hecho las veces de cama durante su largo encierro y se dejó llevar por el cansancio.

— ¡Doctora! ¡Venga rápido!
El llamado la hizo saltar de la cama con una velocidad que ya no creía posible de lograr a su edad. Corrió hacia donde se hallaban sus pacientes. Uno de ellos estaba teniendo un ataque.
Era Stern.
Diana tomó el cardioestimulador, un artefacto similar a un desfibrilador, pero mucho más avanzado. Lanzó un choque contra el pecho del hombre agonizante y comprobó los resultados. Nada. Volvió a intentarlo. Hubo una leve mejora, un par de latidos estables, pero la arritmia regresó. Un nuevo choque no fue suficiente. Arrojó el aparato y comenzó a masajear el torso con todas sus fuerzas. Culbert la observaba, mudo, listo para actuar si ella se lo pedía.
— ¡No te vas a ir! ¿Me 'cuchás? ¡Así no! ¡No tan fácil, chabón!
Siguió presionando el cuerpo al ritmo de la Marcha Imperial. Aquello lo había aprendido en la Tierra, ayudando a estudiar a su querida Juli, no era algo que le hubiera enseñado la nave.
Pensar en su hija le dio renovadas fuerzas. Miró al agente y le gritó una orden:
— ¡Alcanzame un bisturí! ¡Rápido!
Con el escalpelo en la mano abrió otra vez el pecho del paciente y comenzó a apretar el corazón con una mano, mientras con la otra le colocaba otro aparato estimulador.
— ¡Quedate acá! ¡Quedate, carajo!
Siguió insistiendo hasta que Culbert la detuvo. De haber sido por ella, habría continuado hasta el fin de los tiempos.

TOMÁS

Después de asegurarse de que todos en el puente estuviesen bien, que limpiaran el desastre provocado por la batalla y que los heridos recibieran primeros auxilios, Tomás se comunicó con la Sala de motores. Su voz fue un alivio para algunos, como Raúl, y una sensación de alarma para aquellos que vestían las túnicas del Culto de Stern. Tras pedir un informe de daños y notar que los ánimos allá abajo no eran los mejores, se sintió obligado a llevarles tranquilidad a sus tripulantes. Le pidió a Enrique que abriera las comunicaciones internas para toda la nave y habló.
— Hola a todos. Soy yo, Tomás. Sé que mayoría de ustedes creen que me morí en la cárcel donde fuimos transportados por accidente con Stern. Que me sacrifiqué para salvarlo. Eso es lo que él contó. Eso es lo que ustedes conocían como la verdad. Pero aquella era una mentira. Una más de las tantas mentiras que ese hombre nos ha dicho desde que decidió autoproclamarse Capitán de esta nave. La realidad es que decidió dejarme atrás. Intentó asesinar a la doctora y a Florencia, y lo descubrimos. A partir de ahí, todas sus acciones tuvieron un sólo objetivo: mantenerse en el poder y eliminar a la oposición por cualquier medio necesario...

A lo largo de su discurso expuso todas y cada una de las acciones de su adversario. Luego anunció que aquellos que quisieran regresar a la Tierra podrían hacerlo, con la ayuda de Figghuroth y los otros fugitivos del Conglomerado, pero que su nave seguiría adelante, explorando el espacio. Y ésta vez sí buscarían nuevas civilizaciones. Aclaró que aquellos que se habían unido al Culto de Stern no iban a ser perseguidos, ya que en aquella nave cada uno era libre de profesar la fe que quisiera, o no creer en nada. Para cuando terminó de hablar, eran muy pocos los que aún llevaban puestas las túnicas del culto.
Cortó la comunicación y pidió hablar con el Hospital de a bordo. Se sorprendió cuando fue Culbert y no Diana quien le respondió. Le informó que la operación había sido un éxito y que hasta el momento ambos pacientes se encontraban estables y que la doctora estaba descansando luego de su agotadora tarea.
Habló luego con el buffet. Florencia parecía contenta por la variedad de alimentos que había traído. Figghuroth y otros habitantes del Conglomerado le estaban explicando las propiedades de cada fruta, verdura y suplemento proteínico basado en carne viva y las diversas formas de cocinarlas. Noelia interrumpió la charla para plantear una idea:
— No sé qué les parece, pero creo que sería bueno celebrar esta nueva etapa con un banquete.
Tomás evaluó la propuesta por un instante.
— Va a ser bueno para la moral de la gente. ¡Y también podemos usarlo como fiesta de despedida para los que decidan volver a casa!
— Y para darte la bienvenida. — Agregó Florencia. Tomás se puso nervioso, nunca le habían gustado los homenajes, ni siquiera los cumpleaños. Pero ella tenía razón, eso también iba a ser bueno para levantar los ánimos.
— ¡Y vamos a poner mucha música! ¿No es cierto? — Preguntó Quique, entusiasmado.
— ¡Por supuesto! ¿Qué es la vida si no tenemos música para acompañarla?
El joven DJ se levantó de su puesto de trabajo, caminó hasta donde estaba Tomás y lo abrazó fuerte.
— ¡Gracias, chabón! ¡No sabés lo que necesitaba escuchar eso! — Recuperó la compostura de golpe, se enderezó y se corrigió: — ¡Perdón! ¡Quise decir "Capitán"!
Tomás sonrió.
— "Chabón" está perfecto, Quique. Dejemos las formalidades para cuando tengamos visitantes.
No habían pasado un par de horas desde que había asumido el mando y ya se respiraba un clima diferente. Finalmente todo estaba bien.

La comunicación de texto por un canal privado, pero desde un sector de la nave lo sorprendió mientras decidían con Noelia el rumbo a seguir. Tanto nivel de prevención en los mensajes internos sólo podía significar problemas. Se trataba de dos palabras:
"Hospital. Urgente."
Tomás se excusó y dejó su puesto, sin demostrar que los nervios comenzaban a jugarle en contra. Caminó tranquilamente por los corredores, saludando a todos, sonriendo. Aunque por dentro sentía una fuerza instintiva urgiéndolo a correr como una gacela en peligro.
Cuando entró al hospital de a bordo no necesitó que le dieran la noticia. La había deducido en el camino. De todas formas, permitió que Culbert hablara. Necesitaba oírlo.
— David Stern ha muerto.
— Una cardiopatía congénita. El corazón de Miguelito tenía un defecto cardíaco. Probablemente su papá o su mamá también lo tuvieran.
Culbert negó con la cabeza.
— Conocí a David Parrish. Stern lo mantuvo encerrado durante años en una casa, monitoreado y vigilado por dos tipos de su confianza, que una vez lo golpearon hasta dejarlo internado. Puede que me equivoque, pero no creo que haya sido por parte del padre.
Oyeron un llanto ahogado. La doctora se giró y vio a su paciente, todavía recostado, sollozando.
— ¡Miguelito! ¿Qué hacé' despierto? ¡Te puse calmantes para dormir un cacho más, che!
— ¿Es... verdad eso? —susurró Mike, todavía debilitado. — ¿Fue él el que mandó... a mi padre al hospital?
Culbert asintió, con tristeza.
— Pensé que lo sabías.
— No. — Estuvo a punto de desmayarse, pero consiguió juntar fuerzas y consiguió decir algo más: — Agente... Si me lo hubiese dicho... hubiera colaborado... con usted. Odiaba al viejo, pero no se merecía...
Y cerró sus ojos, resoplando un pequeño ronquido.
El agente y la doctora intercambiaron una mirada de compasión y se alejaron de allí.
— ¡Pobre pibe! — Susurró Diana — ¡Cuando se entere que el tipo que torturó a su papá dio su vida por salvarlo!
Tomás intervino:
— Estuve pensando mucho en eso. Prefiero que no se sepa cómo murió.
— ¿Cómo? — Preguntó Culbert, con notorio asombro.
— Piénsenlo. — Dijo el nuevo capitán, y se explicó. — Su muerte no refleja para nada lo que fue en vida. Muchos incluso podrían opinar que en cierta forma lo redime. Otros, los tripulantes que vivieron toda esta situación desde afuera, podrían incluso desconfiar de todo lo que contamos que hizo. No podemos permitirnos eso. No quiero una rebelión de adoradores de Stern. — Tomó aire, reflexionó un momento y agregó: — No quiero convertirlo en un mártir.
Culbert y Diana se quedaron mudos, por la sorpresa y porque involuntariamente comenzaron a evaluar cuánto de lo que Tomás decía era correcto. Fue Culbert quien rompió el silencio.
— La gente del puente vio su reacción cuando Parrish cayó muerto. La novia de Stern también. Podríamos convencer a los del puente, pero a la chica nunca. Pero igualmente me parece arriesgado hacer partícipes a más gente de esta mentira. — Tomás se mostró dolido al escuchar la palabra "mentira", pero no dijo nada. Sabía que lo que estaban haciendo, sin importar los motivos, era planificar una mentira plausible. A eso lo había llevado Stern, a mentirle a aquellos que confiaban en él. — Creo que lo mejor es decir que su reacción en el puente fue una actuación, producto de una estrategia para conseguir salir de aquella situación y tomarnos desprevenidos aquí, en la enfermería. Cuando intentó escapar, tomó un escalpelo y puso a la doctora como rehén. Y cuando se preparaba para matar a Diana, le disparé.
Tomás frunció el ceño. Faltaba un detalle.
— Pero el cuerpo de Stern no tiene ninguna herida de bala.
Culbert caminó hasta la camilla donde aún se encontraba el cadáver del antiguo Capitán. Sacó su arma y disparó. Un hueco circular apareció en la frente de Stern. El agente se volteó para enfrentarlos. Guardando su pistola respondió, lacónico:
— Ahora sí.
Hubo un momento de silencio. Un punto focal en el tiempo, en el que diversas realidades completamente divergentes entre sí podían nacer, dependiendo de sus reacciones. Las siguientes palabras definirían el futuro. Fue Tomás quien las dijo:
— No me gusta. Esto no me gusta para nada. No es lo que quiero para nosotros, para nuestra tripulación. — Tomó aire, juntando coraje para lo que estaba por decir. — Pero me parece que es algo que tenemos que hacer. Sí, me siento incómodo con esto. Pero lo importante es el bienestar de la mayoría, no el mío. Y creo que todos vamos a tener una mayor posibilidad de vivir mejor si nosotros tres mantenemos en secreto cómo murió Stern.
Diana y Culbert asintieron, en silencio. Y no volvieron a hablar del asunto, salvo cuando fue necesario e inevitable hacerlo.

FLORENCIA

No necesitó las quejas de Tobermory para comprender que necesitaban ayuda para hacer un banquete digno para la ocasión. Afortunadamente, los alienígenas que habían traído de regreso a Tomás se habían turnado durante su larga travesía para cocinar, así que conocían aquellos nuevos alimentos. No sólo les ayudaron a preparar la comida, sino también les enseñaron varias recetas.
Cuando llegó la hora, en las mesas había una interesante variedad de platos para degustar.
La reunión comenzó. Yendo entre mesa y mesa captó varias conversaciones. Algunas triviales, otras bastante informativas:
—... bastante bien, por lo que escuché. Parece que evitaron cruzarse con la mayoría de las patrullas. Dicen que porque el Capitán quería evitar enfrentamientos innecesarios.
— Bueno, eso habla bastante bien de él, ¿no?
— ¡Qué sé yo! ¡A mí con que haya traído una comida mejor que ese puré verde azulado me alcanza!
En otra mesa, donde estaban sentados muchos de los trabajadores de la sala de motores, los escuchó discutir sobre asuntos religiosos:
—... le creía todo. ¡Le creíamos todo!
— Bueno, no se puede negar que el tipo predijo la llegada de esta nave, ¿no? Algo milagroso hay en eso.
— No, sí. ¡Más bien! Pero eso no es excusa para haber querido asesinar a nadie. ¡Y menos por pensar diferente a él! Este pibe por lo menos dice que va a respetar nuestras creencias, sin importar cuáles sean.
— Mirá, si cumple con eso no voy a quejarme...
En otra mesa se encontraba la gente que más había sufrido durante el mandato de Stern: los científicos.
— Este chico Tomás es de los nuestros. Hablé con él antes de su desaparición y está a favor de la exploración y el descubrimiento. ¡Con Stern solamente visitamos un mundo!
— Estuve conversando con las chicas que controlan el timón. ¡No saben la cantidad de sistemas que Stern las obligó a evitar! ¡Sistemas habitados!
— ¡Es una locura!
— Son oportunidades perdidas que ahora ya quedaron atrás. Sólo nos queda leer sobre esos mundos en las bases de datos Graahrknut. Que tampoco son muy informativas que digamos...
Y en otra mesa...
— ¿Vas a volver?
— Y sí. Antes no me animaba a admitirlo, sabiendo lo que pasaba con los que le decían a Stern que se querían ir de acá. Pero me gustaría volver a la Tierra y creo que tengo que aprovechar ahora, que tenemos al frente a un tipo más abierto.
— ¿O sea que Tomás te gusta como líder y por eso preferís irte? ¡No te entiendo!...
La gente parecía aceptar bastante bien el cambio de liderazgo. Aquello era algo que le comentaría a Tomás cuando pudieran conversar tranquilos. Pero ahora era el momento de los discursos. Tomás, recién llegado y con Culbert como escolta, caminó en silencio hasta el centro del salón. Se lo veía confiado, tranquilo. Pero Florencia lo conocía bien. Y había notado ciertos patrones en su movimiento corporal que lo delataban cuando se ponía nervioso. "Algo no está bien", pensó.

TOMÁS

— Antes de que sigamos celebrando quiero informarles algo que pasó recién. Ya todos escucharon mi discurso. Escucharon mis propuestas, para los que se querían ir y para los que se querían quedar. Y escucharon cómo íbamos a proceder con el antiguo Capitán de la nave. Me oyeron decir que iba a ser encarcelado y juzgado, porque creo que así debemos hacer, si queremos tener una vida en sociedad. Pero alguien no estaba de acuerdo. Y ese alguien era justamente el señor David Stern.
Aquellos que estaban en el puente en el momento del enfrentamiento vieron lo sucedido. Vieron la reacción de Stern cuando mató por accidente a su amigo y pareja. El cambio que sufrió, de pistolero furioso a dedicado enfermero. Tendríamos que haberlo sabido, nadie cambia tan rápido. Aquella era una estrategia diseñada para poder salir del puente, donde estaba rodeado. Cuando llegó al hospital de a bordo, después de que Diana le salvara la vida a Michael Parrish, aprovechó un descuido del Agente Culbert y con un bisturí de la mesa de operaciones tomó de rehén a la doctora. Después obligó a Benjamin a llamarme. Quería negociar su huida, en la nave del Conglomerado. Conseguí entretenerlo durante la negociación y Culbert se le abalanzó. Forcejearon y Benjamin sacó su arma para disuadirlo a rendirse. En lugar de hacerlo, quiso cortarle el cuello a Diana. Culbert se vio obligado a dispararle, matándolo en el acto. — Hizo un breve silencio. Se oyeron murmullos en todas las mesas. La muerte de Stern no le era indiferente a nadie. — Habrá un funeral, desde luego. Más allá de sus acciones, era una persona y merece ser despedida. Y por otra parte, ya está pactado que mañana a primera hora nuestros amigos del Conglomerado continuarán su viaje por separado. Aquellos que deseen regresar a la Tierra deben estar preparados para partir a esa hora. Si tienen alguna pregunta, por favor háganla ahora.
Tras un instante de silencio, uno de los pocos tripulantes que aún vestían la túnica de Stern preguntó:
— ¿Realmente no seremos perseguidos por nuestras creencias? Creo que más allá de lo que haya sido como persona, el Cap... Stern creía en lo correcto. Creo que esta nave sí es un regalo del Señor.
Tomás respondió sin dudarlo, apenas terminó de hablar aquel hombre:
— La regla número uno de comportamiento va a ser "Mientras no jodas a nadie, todo bien". ¿Querés creer en lo que Stern predicaba? ¡No hay problema! ¿Querés conspirar contra tus compañeros para beneficiarte o beneficiar a otro? ¡Problema! Vamos a tener un sistema legal propiamente dicho. Estamos trabajando en eso.
Otra tripulante, trabajadora de la Sala de motores, tuvo otra inquietud:
— Escuché un rumor de que hay una especie de copia off-line de Internet en el sistema. ¿Hay alguna posibilidad de que podamos ingresar a ella?
— ¡Totalmente! Algo llegó a comentarme Raúl. ¡Es fantástica la variedad de posibilidades que esto nos abre! ¿Se dan cuenta? ¡Ciclos de cine! ¡Competencias de videojuegos! ¡Bailes! ¡Comparar nuestros hallazgos con las mayores bases de datos de las agencias espaciales del mundo! ¡No sólo van a poder ingresar a esa copia! ¡Les pido por favor que lo hagan! ¡Necesitamos mejorar nuestra calidad de vida!
Hubo una ronda de aplausos completamente espontánea que sorprendió gratamente a Tomás. Por un instante consiguió olvidar todo lo ocurrido hasta hacía un momento atrás. Florencia se acercó y cuando estuvo a su lado le sonrió con aprobación.
— Capitán — Preguntó Noelia, desde una mesa cercana, — ¿Y cómo se va a llamar nuestra nave? ¡Nunca le pusimos nombre!
Tomás se tomó un tiempo para pensarlo. Realmente no se había dado cuenta de aquel detalle. Reflexionó sobre su camino recorrido desde aquellas laderas cordobesas hasta el oscuro vacío interestelar que los cobijaba actualmente. Recordó todo lo vivido. Y a aquellos que habían perdido su vida, como su amigo Galup, quien había muerto sin probar lo que era ser libre. Y allí se decidió:
— Libertad. Nuestra nave va a llamarse Libertad.
Mientras todos aplaudían, Florencia se le acercó por detrás y le susurró una pregunta:
— ¿Libertad? ¿Como la fragata?
Tomás sonrió.
— Libertad, como la posibilidad de poder viajar por donde quieras, conociendo el universo y a quienes lo habitan sin preocupaciones por lo que venga, sin esconderse de donde venís. Y lo más importante, sin joderle la vida a nadie.

FIN DEL LIBRO 1



La Nave del Olvido 2 (Libro Completo)

¡El viaje continúa! Después de la crisis que sufrieron bajo el mando de David Stern, la tripulación de la astronave Libertad está lista...