La nave del olvido (Pioneros y Locos)
Novela de ciencia ficción por capítulos.
La Nave del Olvido 2 (Libro Completo)
¡El viaje continúa!
Después de la crisis que sufrieron bajo el mando de David Stern, la tripulación de la astronave Libertad está lista para seguir recorriendo el cosmos. Ahora bajo las órdenes de Tomás Rivera, el primer grupo de viajeros interestelares de la Tierra se prepara para descubrir extraños nuevos mundos y ayudar a quien lo necesite, aprovechando para conocerse mejor entre ellos y a sí mismos.
Sin embargo, una amenaza se encuentra en estado latente. ¡Y puede que no todos sobrevivan!
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¡Espero sinceramente que lo disfruten!
La Nave del Olvido 1 (Libro Completo)
¡Ya no hace falta recorrer el blog mes a mes para bajar "La Nave del Olvido" por capítulos!
Acá les dejo el link con todo el primer libro recopilado:
Por ahora solamente en PDF, para leer en celulares o imprimir en papel. Esta recopilación incluye todo lo publicado en las entradas anteriores del blog, desde el Prólogo hasta el Epílogo. Además incluye nuevas citas y canciones. ¡Es la edición definitiva!
¡Muchas gracias por leerme! ¡Sigamos recorriendo juntos el cosmos!
EPÍLOGO
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EPÍLOGO
El funeral de Stern se realizó en el hangar.
La mayoría de los que se presentaron habían sido sus seguidores desde antes de
la llegada de aquella milagrosa nave, con la notable excepción de aquellos que
habían decidido regresar a la Tierra. Hubo otras dos ausencias que a muchos les
llamó la atención. Una de ellas era Michael Parrish. La otra era el Capitán de
la nave, Tomás.
Ambos se habían encontrado en el buffet,
dándole un cierre a su historia con el antiguo Capitán a su manera. Mike dudó
mucho antes de acercarse a la mesa de Tomás. Finalmente juntó valor y lo hizo.
— Pensé que iba a presidir la ceremonia,
Señor.
Tomás levantó la vista, sorprendido. No se
acostumbraba todavía al trato formal que venía con su nuevo rango.
— No, no creo que sea necesario. Tuve mi
despedida de él en el hospital de a bordo. No necesito volver a verlo.
Mike comprendió de lo que hablaba. Él sentía
lo mismo.
— Lo entiendo, en verdad. — Se quedaron
reflexionando un momento, en silencio. Luego, Mike no pudo resistirlo y habló:
— ¡Me siento obligado a pedirle perdón! Yo... ¡Mirando hacia atrás hay cosas
que no puedo entender cómo las hice!
Tomás no lo miró. Se quedó sentado allí, con
la mirada perdida en el horizonte, considerando si debía o no contarle la
verdad a aquel hombre.
— ¿Alguna vez escuchaste cómo escapó Manson de
su celda?
— No. Dave nos tenía prohibido leer sobre
Manson.
Tomás torció la cabeza, sorprendido por
conocer aquella actitud de Stern. ¿No quería que sus fieles los comparasen?
Probablemente.
— Se dice que Manson estaba encerrado y
simplemente le pidió al policía que lo custodiaba que abriera la puerta de la
celda. Y el pobre hombre no pudo evitarlo. — Mike abrió sus ojos, genuinamente
sorprendido — Lo que quiero decirte es que esos tipos tienen un nivel de
persuasión muy superior a cualquier persona que conozcas. Stern sabía qué
decir, qué hacer y cómo decirlo para obligarte a hacer su voluntad. No te
culpes, flaco. Acá la víctima sos vos.
El corazón de Mike latió con fuerza al oír
aquello. Contra todo protocolo o enseñanza previa decidió hacer, por una vez en
su vida, lo que sentía. Y abrazó fuerte a su nuevo Capitán.
— ¡Gracias, Señor! ¡Muchas gracias!
Fue más fuerte que él. Para algunas cosas,
Tomás todavía era aquel ingenuo chico que había dejado atrás los conflictos de
una familia muy difícil. Sus mejillas se tiñeron de rojo.
Camino al puente se cruzó con Enrique. El
oficial de Comunicaciones intentó disimular lo que estaba haciendo, sin mucho
éxito. Tomás lo había sorprendido conversando con Valeria, la antigua novia de
Stern. Cuando lo vieron venir ambos se alejaron un paso hacia atrás y se
despidieron. Ella pasó junto a Tomás y lo saludó:
— ¡Capitán!
Ella escondía mejor sus nervios que su amigo.
Enrique y Tomás caminaron juntos, al principio
en silencio. Hasta que Quique decidió explicarse:
— ¡Capitán, le juro que no estaba pasando
nada!
Tomás lo estudió, en silencio. No era el mejor
juzgando las intenciones de la gente, pero su interlocutor no tenía por qué
saberlo.
— ¿Nada como qué, Quique?
El joven tragó saliva ruidosamente.
— ¡Nada de nada! ¡Bah, nada malo! ¡Estábamos
hablando, nada más!
Tomás dejó de caminar. Quería terminar aquella
charla afuera del puente, entre ellos dos.
— Quique, yo sé que vos estuviste del lado de
Stern, ya me enteré. Pero también me contó Culbert que sin tu ayuda yo no
estaría acá. Yo creo en eso, chabón. Creo en ese Quique que se jugó
literalmente la vida para lograr que yo pudiera volver. — El joven DJ suspiró
aliviado — ¡Pero ojo! Esa chica puede ser todo lo linda que quieras, pero no te
olvides que cuando empezó a pasar hambre, lo primero que hizo fue intentar
seducir a Stern para ganar una posición de privilegio. Y ahora él ya no está.
¡Estate atento! ¡Que no te use!
Enrique lanzó una pequeña carcajada. Tomás lo
miró sin comprender.
— Justamente eso estábamos hablando recién.
Que vamos a ir despacio. Y que cada cual tiene que tener su espacio, sus
opiniones. — Bajó la voz para hacer una confesión. — ¡Nunca tuve una relación
seria! Y ella quiere eso. Pasó mucho miedo al lado de Stern.
— Me imagino. — Quiso terminar la charla
dejándole algo en claro: — Allá en el puente voy a ser tu Capitán, sí. Pero
allá, acá y en cualquier planeta que visitemos, podés contar conmigo como
amigo. ¿Sabés?
Enrique le palmeó la espalda.
— Ya sé, man. Ya lo sé.
Entraron al puente. Enrique ocupó su puesto.
Tomás se acercó a Culbert.
—Señor Culbert, ¿Cómo viene con la redacción
de las leyes?
— Bastante bien. Siendo que la mayoría de los
tripulantes son argentinos, estoy familiarizándome con su sistema legal, así
establecemos algo que casi todos ya conozcan. Y lo estoy modificando con
cláusulas o leyes de otros países.
Tomás se mostró complacido.
— Buen trabajo. Una sola cosa te pido: no
incluyas ninguna ley que autorice a portar armas. Somos exploradores, no
soldados.
Culbert asintió.
— ¡De acuerdo, Señor!
— Hay otra cosa que quiero pedirte: Voy a
diseñar protocolos y procedimientos para las tareas de rutina. Necesito tu
ayuda. Tenemos que coordinar con los jefes de cada sección para conocer bien la
manera de trabajar de cada uno. ¡Ya no vamos a ser un grupo de improvisados!
¡Vamos a mejorar la eficiencia de nuestra gente!
Había entusiasmo en su voz. Estaba haciendo
aquello que había anhelado hacer toda la vida, sin siquiera saberlo.
Culbert asintió, notoriamente contento.
Finalmente se sentía cómodo en su trabajo. No le importó para nada que aquella
tranquilidad estuviera basada en una mentira.
Tomás se sentó en su silla. Llamó a la sala de
motores y pidió hablar con Raúl.
— Dígame, Capitán.
Tomás respondió, sonriendo:
— ¡Capitán!
Raúl lanzó una sonora carcajada y redobló la
apuesta:
— ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Tomás no pudo mantenerse serio, aunque lo
intentó con todas sus fuerzas y respondió:
— No hay de queso, nomás de papa.
La respuesta fue una nueva carcajada que se
contagió por ambas secciones de la nave. Los únicos serios y hasta confundidos
eran Culbert en el puente y Caz en la sala de motores.
— ¡No sabía que en Perú miraban Chespirito!
Ahora hablando en serio, Raúl, ¿Cómo es el asunto de la copia off-line de
Internet que me comentaron? ¿Se puede hacer todo lo que podíamos hacer allá en
la Tierra?
— Todo. Y más también. Con las limitaciones de
una copia off-line, desde luego. Podemos bajar archivos, navegar, leer, etc.
También podemos usar los programas hackeadores del sistema autónomo de la nave
para deshabilitar contenido cifrado o en la Deep Web. ¡Hace un rato uno de mis
muchachos consiguió violar la seguridad de la bolsa de comercio de Tokio! ¡Sólo
por diversión, por supuesto! No es que le redituara de alguna forma.
— Ustedes se divierten de maneras bastante
inusuales allá abajo. Yo me hubiera bajado un emulador y algún buen juego. Lo
que me lleva a lo que estaba pensando. Quiero que se instalen en el buffet
terminales con acceso a Internet. ¡Que todo el personal pueda conectarse!
Raúl aprobó la idea. Sin decirlo, se le notaba
el entusiasmo en el rostro. Algo similar sucedió con la gente del puente.
— ¡Podemos hacerlo, sí!
— Y algo más. — El jefe de ingenieros lo miró
desde la pantalla, expectante — Quiero diseñar un programa de entrenamiento
para nuestras funciones. Desde luego que no va a haber nada parecido a lo que
estamos haciendo en ningún sitio de Internet. Por eso voy a hacerte una lista
de libros, series y películas de ciencia ficción que me parecen importantes
para nuestra vida de exploradores.
Noelia interrumpió la charla para hacer una
sugerencia:
— Vamos a necesitar una sala de cine,
entonces.
Raúl asintió.
— El hangar 18 está sin uso.
Tomás estuvo de acuerdo con la propuesta.
— ¡Entonces que el hangar 18 sea nuestra nueva
sala de cine! Noelia, ¿Querés encargarte de organizarla?
Los ojos de la joven brillaban.
— ¡Obvio que sí!
Había un aire nuevo en el ambiente. Y cada vez
se notaba más.
Al finalizar su turno, decidió dar una caminata
antes de irse a dormir. Sin quererlo, llegó hasta el mirador. Ahí pudo
contemplar en vivo aquello que ya había visto un rato antes en la pantalla
principal del puente: un sistema binario, con una estrella enana roja orbitando
una gigante azul. Era un espectáculo fascinante.
Diana y Florencia venían caminando por el lado
contrario. Se le unieron a mirar el espectáculo.
— ¡Qué de cosa' linda' que hay en el espacio!
¿No?
Los jóvenes asintieron, mudos ante semejante
belleza. Finalmente Tomás habló:
— ¡Gracias por quedarte, Diana! Honestamente,
pensé que ibas a ser la primera en irte.
— No tengo nada allá, nene. — Respondió ella,
con su voz inundada de lágrimas reprimidas. — Hay un par de viejas loca', como
yo, que a veces nos juntábamo' a jugar al truco y chusmear. Pero nada má'. Y
recuerdo'. Demasiados recuerdo'. Acá, en cambio, la tengo a ella. — Abrazó a
Florencia con un brazo, ella intentó brevemente separarse, pero luego cedió. —
Ademá', alguien tiene que vigilarte, pá que no termine' metiendo la pata con el
próximo loco religioso que te cruces.
Los tres rieron. Entre risa y risa, Diana le
lanzó una fugaz mirada seria que Tomás entendió. Aquello no era una broma, se
quedaba también para protegerlo. Recordó lo sucedido en el hospital de a bordo
y sintió una corriente helada en su espalda.
— ¡Bienvenida, entonces, a la Nave de los
Pioneros!
La doctora frunció la boca.
— ¡Más bien, la nave de los loco'!
Y Florencia agregó:
— Creo que tenemos un poquito de cada una de
las dos. Si no es que son sinónimos entre sí.
Tomás y Diana festejaron la ocurrencia. De
pronto, la doctora pareció recordar algo.
— ¡Me tengo que ir a la guardia! ¡Parece que
una de las chica' de la sala de motore' tiene un retraso. ¡Mirá si tenemo' un
bebé en camino! ¿No sería lindo? ¡Nos vemo'! —Y mientras besaba a Tomás en la
mejilla le susurró: — ¡Y vó' a ver si te avivás de una vé', nene! ¡Ya te lo
dije!
La doctora se marchó, dejando atrás a un joven
Capitán con su rostro enrojecido por la vergüenza.
Tomás y Florencia se quedaron mirando aquellas
estrellas, dos grandes bolas de fuego entrecruzadas en un baile milenario.
Ninguno de los dos se animaba a decir algo. Finalmente fue ella quien habló:
— Diana no lo sabe, pero tengo muy buen oído.
Tomás volvió a ponerse colorado. Florencia
también.
— Yo... — Comenzaron a decir ambos al mismo
tiempo. Tomás le cedió el turno. — Vos primero. Por favor.
Ella dudó. Finalmente se decidió a hablar.
— Yo... No soy fácil, ¿Sabés?
— Nadie es fácil, Flor.
Le agradó aquella respuesta. Sin embargo
acotó:
— No, en serio. Tengo tres millones de dramas.
Y no siempre vas a entender de dónde vienen, porque muchas veces yo misma no lo
entiendo.
— Igual yo. Y todos los demás. Acá, en la
Tierra y seguramente en otros mundos también. Todos somos complicados. Todos
somos difíciles. Lo importante es no dejar de respetar al otro, ¿no?
Los labios de Florencia hicieron una leve
sonrisa.
— Y no dejar de ser amigos. — Agregó ella — La
amistad es importante.
Tomás estuvo de acuerdo.
Se perdieron en la visión de aquella inmensidad.
Era el lugar perfecto para un primer beso. La tomó de la mano suavemente y sin
que se lo esperara, ella se soltó. Luego lo miró, avergonzada.
— ¡Perdón! ¡Me hace muy mal cuando me rozan la
piel y...!
— Tranquila, Flor. No tenés por qué
disculparte. Perdón por haberte hecho mal, en todo caso. Ya nos vamos a ir conociendo
mejor y saber qué nos gusta y qué no. ¿Te parece?
Ella estaba por responder cuando la voz de
Enrique por los altavoces los interrumpió:
— ¡Capitán! ¡Al puente, por favor! Captamos
una señal de auxilio proveniente de uno de los mundos de este sistema. ¡Ya
iniciamos protocolos de evacuación en hall de entrada, para evitar incidentes
con el traductor/transportador!
Se miraron. Y rieron. Él le dijo, sonriendo:
— ¿Ves lo que te digo? ¡Yo tampoco soy fácil!
Esto va a pasar bastante seguido, me parece.
Ella miró su reloj pulsera.
— ¡Andá tranquilo! Igual ya tengo que irme a
hacer la cena, o Tobermory va a empezar a protestar.
— Ok. ¡Pero esta historia continuará! ¿No es
cierto?
Ella le acarició una sien.
— ¡Por supuesto!... ¡Capitán!
CAPÍTULO 6: MILITIA EST VITA HOMINIS SUPER TERRAM
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FIN DEL LIBRO 1
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CAPÍTULO 6: "MILITIA EST VITA HOMINIS
SUPER TERRAM"
"And
here we go again
We've taken
it to the end
With every
waking moment
We face
this silent torment
I'd
sacrifice
I'd
sacrifice myself to you
Right here
tonight
Cause you
know that I love you"
London
after midnight, Sacrifice.
"It
seems to me, that if we love, we grieve. That's the deal. That's the pact.
Grief and love are forever intertwined. Grief is the terrible reminder of the
depths of our love and, like love, grief is non-negotiable." Nick Cave.
“What does
God need with a starship?” James T Kirk.
“I doubt
any god who inflicts pain for his own pleasure!” Leonard H. "Bones"
McCoy.
TOMÁS
Despertó sentado en el asiento del copiloto.
No se había movido de allí desde que habían encontrado el rastro de la nave
terrícola. La nave de sus amigos y enemigos. Su nave. Ahora se reprochaba no
haber hablado más con la gente del puente, antes de que le cortaran la
comunicación. Había visto el miedo en el rostro de Noelia y Enrique, la
expresión de locura de Stern y la profesionalidad de Culbert, intentando
contener la situación. Y también había visto otra cosa: la expresión de los
Drepali cuando él les habló. Y aquello le pareció un buen signo.
— ¡Drepali! ¿Pueden creer en alguien que le
miente a los de su propia especie?
Se había informado durante su larga búsqueda
sobre las costumbres de los Drepali y del Conglomerado en general. La mentira
era vista dentro del Conglomerado como una estrategia más de supervivencia.
Como unos colmillos, un exoesqueleto o unas patas fuertes, aquellas especies
que habían desarrollado la habilidad de mentir raramente lo hacían entre
miembros de su propia especie, salvo en aquellos mundos donde nunca se había
conseguido una unidad representativa, una identidad global.
No era el caso de los Drepali. Ellos habían
conseguido un gobierno central y la consiguiente unificación de su cultura
cientos de años atrás. Y eventualmente habían dejado de usar la mentira como
técnica de supervivencia cuando una estafa comercial fue descubierta, desatando
una guerra que había eliminado a un alto porcentaje de la población de su mundo
natal. Por lo tanto, exponer a Stern como el mentiroso que era frente a parte
de su núcleo interno había sido parte de su estrategia de regreso.
Miró a Figghuroth y notó que tenía las plumas
del brazo erizadas, lo que identificó como su expresión de extrañeza.
— ¿Está todo en orden?
Figghuroth se rascó la cresta.
— Sí... Pero... El piloto de la nave que
perseguimos... ¡No entiendo lo que está haciendo! — Tomás lo miró, interesado —
¡Hace todo mal! ¡Aumenta su velocidad al máximo, como queriendo perdernos, pero
evita los pozos gravitatorios que mejorarían la velocidad mucho más! Es como si
en el fondo quisiera... — Miró a Tomás, que sonreía, y comprendió — ¡Quiere acortar
la distancia entre nosotros!
Tomás miró hacia el negro vacío que lo
separaba de su destino y envió un abrazo de agradecimiento a la distancia.
— Es Noelia. —Respondió. — Y está haciendo
todo bien.
STERN
Ya era suficientemente malo que ese chiquillo
molesto estuviera vivo. Ahora además tenía que soportar los cuestionamientos
que Bekken, el líder de los Drepali, le hacía.
¿Cómo se atrevía a desafiarlo así,
abiertamente, frente a su propia tripulación? ¿A exigirle que le entregara el
mando de la nave? ¡A él! ¡Al Elegido del Señor! ¡El Último Profeta! Quizás las
mentiras que le había dicho a los Drepali no eran falsedades, después de todo y
Tomás era en verdad la serpiente de su Paraíso. Y no podía olvidar que no había
actuado solo. Había tenido la ayuda de Noelia, quien también lo había
desafiado. ¡Y vaya uno a saber de quién más! Observó el puente de mando. Del
único en que se animaba a confiar (y hasta por ahí nomás) era en Enrique. A él
sí había llegado. Lo había tentado y lo tenía casi completamente en sus manos.
No era una oveja, pero tampoco un subversivo. ¿Los demás? ¿Noelia? ¿Gonzalo?
¿Culbert? ¡Todos traidores! ¡Igual que en Arkansas, poco antes de la redada!
¡No iba a cometer el mismo error una vez más! Allá en la Tierra se había
confiado, entregándose al hedonismo y el pecado mientras todos conspiraban a
sus espaldas. ¡Esta vez los tendría a todos bien vigilados! Entonces decidió
hacer un anuncio:
— ¡Hasta nuevo aviso nadie abandona su puesto!
Culbert intentó razonar:
— ¡Pero Capitán! ¿Cómo haremos para comer?
¿Para dormir?
Stern sonrió. Era una sonrisa peligrosa. Llena
de locura.
— ¡Es momento de una expiación! ¡Quiero que
limpien sus corazones! ¡Los quiero puros! ¡Dios los quiere puros! ¿Y qué mejor
manera de alcanzar la pureza de cuerpo y espíritu que mediante las privaciones?
¡Ayuno! ¡Vigilia! ¡Voy a convertirlos en santos! — Levantó su arma y la movió,
apuntando un instante a cada uno de los presentes. — ¡En santos o en mártires!
¡Todo depende de ustedes! — Tomó asiento y dejó que su mirada se perdiera en el
negro vacío que le llegaba a través de la pantalla principal — Sí. Todo depende
de ustedes.
RAÚL
El mensaje de Noelia no había sido muy claro,
pero era evidente que algo malo pasaba en el puente. Probablemente afuera
también. Era el momento de decidir qué hacer. Volvió a sentirse como aquel día,
en Cuzco. El día que dejó atrás lo que había sido su vida por primera vez. Una
amalgama de miedos, inseguridades, esperanzas y certezas.
Y fue en contra de sus obligaciones, en
dirección a lo que sus instintos le indicaban qué era lo correcto.
Se dirigió a una consola de diagnóstico
alejada del resto de sus compañeros. No sabía quién lo apoyaría ni quién lo
podría delatar. Tampoco quería involucrar a nadie en lo que iba a hacer.
Aquella era su decisión. Si algo salía mal, que fuese a él a quien castigaran.
Inició el protocolo de diagnóstico. Una operación de rutina, nada sospechoso.
Pero según la estructura informática de los archivos y aplicaciones que
mantenían la nave funcionando, desde allí podía leer el registro de actividades
que tanto tiempo habían buscado semanas atrás sin que nadie lo notara.
Leyó la falsa alarma que había activado a
pedido de Noelia. Y la actividad en las comunicaciones y los sensores externos.
Luego consiguió entrar al buffer de video de la comunicación entre el Arca y
otra nave. Lo que vio lo hizo soltar un suspiro de sorpresa que apenas
consiguió ahogar. Levantó la vista, asustado, pero nadie parecía haberlo
notado.
¡Tenía que hacer algo! ¡Era imperativo actuar!
¿Pero cómo? Muchos de los trabajadores de la sala de motores vestían las
túnicas de la secta de Stern. Algunos otros no lo hacían, pero creían en la
estructura de mando que ubicaba al Capitán por encima de todo. Y no tenía
tiempo para evaluar el carácter y las creencias de cada uno de ellos.
La solución a su dilema apareció en la forma
de un gigantesco oso lampiño. Caz había estado usando su tiempo libre para
examinar una de las consolas de interfaz. Se le acercó y en secreto le preguntó
qué estaba haciendo.
— Estoy estudiando la naturrraleza humana.
Crrreo que estoy comprrrendiéndolos un poco más que al prrrincipio de mi viaje.
Raúl se lo quedó mirando. Realmente quería
comprender de qué estaba hablando, pero no era el momento. Ahora lo importante
era ayudar a la gente del puente.
— Caz, ¿Confías en mí?
El Graahrknut lo observó desde lo alto, con su
mirada de depredador completamente inexpresiva.
— No confío en nadie que no me haya acompañado
en una cacerrría. Porrrque es allí donde la gente rrrevela su verrrdaderrro
serrr.
Raúl asintió.
— ¿Confías en Culbert , entonces?
— ¡Darrría mi vida porrr
Bufanda-de-Intestinos! ¡Él literrralmente es el dueño de mi existencia!
— ¡Entonces ven! ¡Tengo algo que mostrarte!
¡Nos vamos de cacería!
Al oír aquello el Graahrknut sonrió. Hacía
mucho tiempo que no escuchaba aquella frase.
STERN
Habían pasado ya dos días desde su decisión de
no permitir que nadie del puente abandonara sus puestos. Según las proyecciones
que le habían mostrado, escapando de la nave de Tomás a toda velocidad, sin
detenerse, durante otros dos días, se alejarían más allá de cualquier
posibilidad de rastreo.
Con respecto a las privaciones de sueño, agua
y alimento, algunos las venían llevando mejor que otros. Noelia y Enrique
habían tenido cada uno un desmayo. Culbert parecía resistir. Él mismo se había
sentido mareado un par de veces, al levantarse bruscamente de su asiento. Los
Drepali, en cambio, encontraron el concepto del ayuno como algo fascinante.
Cada molestia física que sentían la trataban como una señal divina de expiación
y como tal la recibían, con una incinerante pasión y ardiente fervor. ¿De dónde
habían salido aquellas criaturas maravillosas? Eran, sin ningún lugar a dudas,
los fieles ideales. Ellos controlaban a los trabajadores del puente, asegurándose
de que a nadie se le ocurriese hacer el menor tipo de resistencia. Ya los
recompensaría cuando fuese el momento. Les daría algunos de los tripulantes
disidentes para usar como esclavos, o les ofrecería un lugar importante en el
gobierno del mundo que decidieran conquistar. En su anhelado Planeta Paraíso.
En aquellos dos días había recibido dos
comunicaciones: una de Mike y otra de Valeria. Mike, su amigo y compañero desde
el inicio de aquella aventura, aquel que poseía el balance perfecto entre oveja
y lobo, le acercó las novedades de los avances que estaba teniendo su
evangelización. Sólo por diversión decidió preguntarle si había intentado
convertir a la doctora, pero su amigo se puso tan nervioso que debió explicarle
que se trataba de una simple humorada. Valeria, por su parte, le habló por
mensajes privados. Eran mensajes de contenido principalmente sexual. Stern
sonrió ante el burdo intento de aquella joven por controlarlo a través de su
seducción. Era culpa suya. Le había dejado creer que sus insinuaciones y
acciones eran lo que le había conseguido una posición de lujo entre sus
compañeros tripulantes. Le dejaba sentirse la "Primera Dama" en
aquella Arca Divina. Cuando en realidad lo que le había interesado, desde que
la había conocido, había sido su falta de escrúpulos a la hora de escalar
posiciones. En cierta forma le recordaba a él mismo, años atrás, cuando sólo
eran el dulce Mike, él mismo y un mundo hostil y traicionero que buscaba ser
trepado, sin importar qué medios hubiera que utilizar.
Miró a sus subordinados, con cierto placer. Le
gustaba cuando la gente le obedecía, no podía evitarlo. Respiró profundo y se
permitió unos segundos de relajación. Todo estaba saliendo finalmente como él
lo deseaba.
Por supuesto que era todo una mentira.
Las puertas de ingreso al puente de mando eran
prácticamente impenetrables. Muy pocas cosas podían filtrarse a través de
ellas. El sonido no era una excepción. Así, cuando éstas se abrieron, gritos,
disparos y alarmas inundaron el recinto. Stern, sobresaltado, dirigió toda su
atención hacia aquel punto. Los Drepali abandonaron sus puestos de control y
corrieron hacia su líder espiritual, buscando protegerlo. Dos alienígenas
cruzaron la puerta. Llevaban armas. Una tercer figura se unió a los otros dos
invasores. Era Tomás.
Al verlo, Stern gritó de odio y comenzó a
disparar. Aquel sería el último enfrentamiento entre los dos.
CAZ
Existen varias formas de iniciar una cacería.
La más rápida (y por lo tanto la menos satisfactoria) es correr salvajemente
hacia la presa. La mejor involucra una cuidadosa planificación de eventos y
situaciones que en última instancia culminan con el corazón de la presa en las
fauces del cazador.
Aquella era una verdad que
Cazador-de-Presas-Ágiles había aprendido cuando sus garras aún no tenían filo y
sus padres se arrojaban entre sí la comida, esperando que él la interceptara,
probando que tenía los reflejos necesarios para ser considerado apto. Y ahora
estaba cazando de la mejor manera.
Junto con Raúl y la complicidad de Noelia,
Culbert y Enrique habían desviado el control de la nave del puente a aquella
consola de la sala de motores. Luego habían reemplazado las señales que las
consolas del puente debían recibir, tanto de los sensores externos como de la
pantalla principal y las computadoras de navegación, por otros datos, generados
por un simulador de vuelo programado entre ellos dos. En resumen, podían estar
a punto de colisionar contra un gigante gaseoso y desde el puente sólo verían
la oscura infinidad del vacío interestelar.
Durante su tiempo a cargo del timón, Noelia se
había encargado de demorar lo más posible la huida, evitando cualquier campo
gravitacional que les significara un aumento todavía mayor de velocidad. Cuando
ellos tomaron el mando, sin embargo, pudieron enlentecer aún más la marcha, sin
correr el riesgo de ser descubiertos.
Finalmente llegó el esperado momento en que la
pequeña nave espacial que con tanto afán los perseguía volvió a aparecer en sus
registros. No mucho tiempo después, se reencontraron.
La transmisión llegó por un canal seguro,
directo a la pantalla que sólo ellos dos podían ver. Quien hablaba era Tomás.
— ¡Qué gusto verlos, chicos! — saludó el
joven, con sinceridad. — ¿Cómo está todo por allá?
Raúl torció los labios y le explicó la
situación.
— Stern tiene a la gente del puente de rehén.
Cortó todas las comunicaciones con el resto de la nave. Le estamos haciendo
creer que ustedes están fuera de rango, pero cuando los dejemos abordar, vamos
a tener problemas.
Tomás asintió.
— Sí, me imagino. Casi todos los de seguridad
eran gente suya. ¿Cómo le están haciendo creer que estamos lejos?
Caz sonrió.
— Emulamos lecturrras falsas parrra todas las
pantallas del puente. — Sonrió, mostrando aquellos dientes que habían sido
hechos para quitar vidas — Fue mi idea.
Tomás movió su cabeza aprobatoriamente.
— ¡Muy buena idea, Cazador-de-Presas-Ágiles!
¡Muy bien los dos!
Caz gruñó de felicidad. Por el elogio
recibido, y por volver a oír su nombre completo. — ¡Ahora necesito que nos
abran la escotilla de entrada!
Caz gruñó, curioso.
—¿Nos abrrran? ¿Quiénes te acompañan?
Tomás miró alrededor, fuera del alcance de la
cámara que lo enfocaba. Lo pensó un segundo. Luego respondió:
— Aliados. — E inmediatamente se corrigió. —
Amigos.
TOMÁS
Raúl hizo callar a cada alarma o alerta
programada para sonar ante un acoplamiento. Nadie, excepto Caz y él, iba a
saber que se estaban conectando a otra nave que, por otro lado, nadie había
alcanzado a percibir. Tomás había tomado la precaución de desactivar toda
iluminación externa, por lo que visualmente era muy difícil distinguirla desde
alguna ventana o desde el mirador. Raúl había desconectado los ganchos que
enseñaban el idioma a las nuevas visitas. No podían permitirse caer
inconscientes en medio del operativo. Caz, a pedido de Tomás, abandonó la sala
de motores y partió rumbo al hall de entrada. Iba desarmado, ya que sus dedos
eran demasiado gruesos para las armas de fuego humanas. Cuando se encontraron,
discutieron la estrategia:
— Lo importante es llegar al puente, evitando
la mayor cantidad posible de enfrentamientos.
Caz lo miró sin entender.
— ¿Porrr qué evitarrr una batalla? ¡Es la
mejorrr parrrte!
— Porque lo que queremos es sacar del mando a
Stern, no causar un baño de sangre. Además, la gente que nos enfrente son
pobres tipos obedeciendo órdenes. Cambiamos al que da las órdenes y van a dejar
de atacarnos.
Figghuroth silbó. Era su manera de demostrar
disenso.
— Un pensamiento muy ingenuo, mi querido
amigo.
Tomás sonrió con tristeza.
— Puede ser. Y puede ser que no todos obedezcan
a quien les dé las nuevas órdenes. Pero al menos quiero darles la oportunidad
de demostrar que son capaces de dejar de ser lacayos de Stern. Cuando matamos a
alguien le quitamos eso, el potencial de cambiar.
Caz lanzó un pequeño rugido. Luego miró a Tomás
y respondió:
— Corrrtarrr la cabeza parrra que el cuerrrpo
sane. Ahora entiendo qué ve Florrrencia en tí. Al igual que ella, tienes ideas
extrrrañas, perrro interrresantes. — Tomás se sintió incómodo ante aquella
frase.
No tuvo mucho tiempo para avergonzarse. Un
grupo de seguridad pasó por el lugar. Estaban en una recorrida de rutina, así
que aquella reunión de alienígenas y un humano armados los tomó por sorpresa.
Caz saltó sobre ellos con la agilidad y ferocidad que sólo miles de años de
evolución para adaptar su cuerpo para la caza podían darle. Desarmó y golpeó a
los tres hombres sin darles tiempo a nada. Al terminar, se volteó para mirar a
Tomás. Sonreía satisfecho.
Figghuroth, asombrado, preguntó a Tomás:
— ¿Cuál me dijiste que es su función en ésta
nave?
Tomás, todavía con la boca abierta, respondió:
— Es nuestro ingeniero de sistemas
informáticos.
Habían avanzado sin ser detectados durante un
corto trecho. El olfato de Caz les avisaba cuando una patrulla se acercaba. Las
idas y vueltas los llevaron a la puerta del buffet. El Graahrknut olfateó gente
delante de ellos. También detrás. ¡Estaban rodeados! Miró hacia el comedor.
— ¡Entrrremos! ¡Es segurrro! ¡Sólo están
Florrrencia, la doctorrra y su animal!
Tomás estuvo de acuerdo. Y fueron a ocultarse
allí, seguros de que iban a ser bien recibidos.
FLORENCIA
Diana le estaba contando un chisme del que se
había enterado. Aparentemente era algo que le gustaba mucho. Ella no le
encontraba sentido a aquel intercambio de información inútil. Pero la dejaba hacer,
porque disfrutaba mucho de su compañía. Tobermory las miraba confundido desde
el mostrador, donde se había acurrucado a descansar. Aquella era una actividad
que él tampoco alcanzaba a comprender.
Ella había aprendido durante su vida a
responder automáticamente cuando alguien decía demasiadas cosas demasiado
rápido, lo que la agobiaba. Y en general sus respuestas eran acertadas. Pero
algo se rompió, de repente. Dejó de escuchar. Dejó de responder. Dejó, también,
de respirar. Porque la puerta del buffet se abrió, revelando una visión
imposible. Veía gente muerta, volviendo a la vida, custodiada por un pequeño
ejército de alienígenas; algunos nuevos, y uno muy familiar.
Tomás le sonrió. Y eso fue todo lo que le
importó en aquel instante. Dejó de escuchar los chismes de Diana. Dejó de
preocuparse por cómo reaccionaría Tobermory. Y ni siquiera consideró si
aquellos extraños seres podían o no ser un peligro para ella. Nada más le
importó, porque allí estaba su amigo y le sonreía. Corrió hacia él. Su vista se
nubló, transformando la clara imagen de Tomás en una nebulosa humanoide. ¿Era
una alucinación? ¿La medicación que Diana le había sintetizado tenía aquel
efecto secundario? Lo abrazó. Y cuando sintió cómo él le respondía al abrazo lo
entendió. Las culpables de su vista nebulosa eran sus lágrimas.
Cuando se separaron, él le dijo, sonriendo:
— Te traje trabajo. ¡Mucho trabajo!
Ella lo miró, confundida. Figghuroth le
explicó:
— La nave que usamos para escapar de la
prisión, la que éste loco eligió, no tenía un gran armamento, ni un motor de
avanzada. Era una nave de provisiones. En su interior hay comida y granos en
cantidad suficiente para aprovisionarlos a ustedes y a nosotros por varios
meses.
Tomás agregó, feliz:
— ¡Pueden olvidarse del puré verde azulado!
El único que no festejó la idea fue Tobermory,
que exclamó:
— ¡Justo lo que necesitaba! ¡Todavía más
trabajo!
DIANA
Luego de unas breves presentaciones y
explicaciones, Caz les indicó que ya era seguro salir. Diana los detuvo un
instante. Había algo que necesitaba preguntar:
— Decime, nene, ¿Qué pensá' hacer con ese
yanqui loco cuando lo atrapes?
Tomás la miró, serio.
— Estuve pensando mucho en eso. Tuve bastante
tiempo para pensarlo. Primero, los que quieran volver a la Tierra van a poder
hacerlo, así que quedate tranquila. Ya arreglé con Figghuroth y él los va a
llevar. — Diana sonrió, satisfecha — Y Stern... Si sobrevive al enfrentamiento,
lo quiero preso. Vamos a hacerle un juicio, como corresponde. Y todos vamos a
declarar.
— ¡ Só' demasiado bueno vó, nene! ¡Yo lo
llenaría de agujero'!
— ¡Ganas no me faltan, Diana! — admitió Tomás.
— Pero no podemos permitir que su maldad nos corrompa.
Florencia intervino:
— Es la paradoja de la tolerancia de Popper.
Si toleramos a los intolerantes, ellos terminan acabando con la tolerancia.
Caz se acercó a apurarlos, pero le interesó la
conversación y se quedó en silencio, observando.
— Entiendo lo que decís, Flo. — Respondió
Tomás — Pero por otra parte, Si prohíbo la intolerancia para proteger la
tolerancia, ¿No estaría pecando yo también de intolerante?
Caz gruñó, satisfecho.
— Algo parrrecido planteó Rrrawls. Pero al
final le terrrminó dando la rrrazón en parrrte a Popper. Lo más imporrrtante es
la superrrvivencia de la sociedad.
Tomás y Florencia asintieron. Luego, Caz
insistió en que era el momento de salir del buffet. Diana los acompañó a la
puerta. Le dio un breve abrazo de despedida a Tomás y señalando con la cabeza a
Florencia le dijo en voz baja:
— Nene, ¡Avivate, che!
Tomás la miró. Miró a Florencia. Y cuando
volvió a mirar a Diana, su cara estaba roja de vergüenza. La doctora sonrió.
Ahora él tenía más motivos todavía para volver sano y salvo de aquella pequeña
guerra.
Luego se despidió del Graahrknut.
— ¡Re bien lo tuyo! ¿Eh? ¡Todo un pensador!
¿Flopi te enseñó toda' esas cosa'?
Caz, ansioso por salir a la batalla, no quería
más interrupciones. Respondió lacónico:
— Lo leí en Interrrnet.
Y se giró para marcharse.
— ¿Interné'? ¿Cómo que Interné'? —Diana estaba
confundida ante aquella respuesta.
Caz gruñó, hastiado.
— Interrrnet, sí. ¡Hay una consola en la sala
de motorrres, si lo desea! ¡Ahorrra disculpe! ¡Debemos irrrnos!
Y finalmente partieron.
Diana se quedó pensando, paralizada allí en la
puerta. Florencia se le acercó, preocupada.
— ¿Estás bien? — Ella la miró, pero no la
escuchó. Estaba ocupada pensando en algo, pero aún no sabía en qué. Entonces
reaccionó.
— ¡Si hay Interné' me puedo comunicar con
Juli, nena! ¡Voy a poder volver a verla, aunque sea así, de lejo'!
— ¿Hay Internet en la nave? ¿A dónde? —
Preguntó Florencia.
— ¡En la sala de motore'! ¡Vamo' para allá ya
mismo!
— ¡Dale, te acompaño!
Y salieron corriendo por el pasillo, hacia el
lado opuesto del que habían salido sus amigos.
TOMÁS
Casi estaban llegando al puente cuando algo
salió mal. Caz detectó un grupo de seguridad adelante de ellos, así que
decidieron regresar. Entonces olfateó un grupo de personas dirigiéndose hacia
ellos por su única vía de escape. Los reconoció de inmediato: eran Mike
Parrish, Valeria, y otros dos integrantes del Culto de Stern.
— Huelo pólvorrra. Al menos uno de ellos está
arrrmado.
— ¿Y los guardias de adelante? —, quiso saber
Tomás.
— También.
Figghuroth apoyó una mano en Tomás.
— Ya no podemos evitarlo, Tomás. Vamos a tener
que atacar a alguno de los dos grupos.
El líder de la insurrección suspiró para
liberar su pesar. Una vez más debía decidir cuál era el mejor camino. Por ende,
iba a definir quién podía llegar a morir.
— ¡Vamos hacia adelante! ¡Hacia el puente!
Lamentablemente, es la opción obvia. — Y agregó: — ¡Que disparar sea el último
recurso! ¡Y traten de evitar que nos disparen! ¡No quiero alertar a nadie de
nuestra presencia! El puente es a prueba de sonidos, pero el resto de la nave
no.
Sus compañeros asintieron. Corrieron haciendo
el menor ruido posible. Sorprendieron a la patrulla que se les interponía en el
camino. Caz golpeó a uno, Tomás a otro y uno de los alienígenas a un tercero.
Figghuroth vigilaba la retaguardia, atento a ver si el grupo de Valeria y Mike
se les acercaba. Gurrdug, otro de los fugitivos que habían escapado con Tomás,
barrió el pasillo con un pulso ultrasónico. Los detectó cada vez más cerca. Se
giró para advertirle a Tomás, pero éste aún estaba luchando contra uno de los
guardias y no escuchó el aviso susurrado. Figghuroth sí, y corrió hacia él.
— ¡No podemos perder más tiempo! Se acerca el
otro grupo!
Siguieron corriendo, directo hacia el puente,
cuando un disparo retumbó en el estrecho corredor. Por reflejo, Tomás y el Caz
saltaron hacia adelante, rodaron por el piso y quedaron cuerpo a tierra. Se
giraron, rápidamente y buscaron a su atacante. Vieron a uno de los guardias que
habían reducido, con una pistola en la mano, todavía en el piso. El alienígena
que lo había golpeado yacía muerto a unos pasos de distancia. Figghuroth saltó
sobre el guardia aún consciente y lo golpeó con tal fuerza que se oyó el sonido
del cráneo al romperse.
Gurrdug lanzó otro pulso. Ya era tarde, el
grupo de Mike había escuchado el disparo y avanzaba con velocidad hacia ellos.
El enfrentamiento era inevitable.
Caz oyó los rápidos pasos antes que los demás.
Se interpuso entre Tomás y los atacantes y le dijo:
— ¡Corrre! ¡Acaba con esto ahorrra mismo!
— ¡Caz! ¡No tenés armas! — Objetó el líder de
la rebelión. El Graahrknut sonrió y levantó sus garras.
— Tengo la mejorrr arrrma de todas. ¡Miles de
años de evolución!
Y corrió hacia sus perseguidores. Antes de
desaparecer en una curva, se giró y dijo — ¡No dejes que nada malo le pase a
Bufanda-de-Intestinos! — Y no le dio tiempo a responderle.
El grupo de Tomás continuó su marcha. Dejando
atrás al Graahrknut habían perdido la posibilidad de adelantarse a los peligros
que los esperasen mediante su olfato, pero todavía tenían la eco localización
de Gurrdug, que no era tan precisa, pero cumplía con el propósito de mantenerlos
a salvo. Atrás se escucharon los gritos y disparos de la batalla que Caz estaba
librando en solitario. Tomás tuvo que contenerse para no enviar alguien a
ayudarlo. Todo su ser le decía que no podía dejar que su aliado se sacrificara
por él, pero al mismo tiempo, la razón le indicó que la prioridad era vencer a
Stern. Cortando la cabeza, el cuerpo del animal que había infectado a la
tripulación sería derrotado.
Finalmente llegaron a la entrada del puente.
Stern había cerrado las puertas y las había bloqueado con su código personal.
Figghuroth se ofreció para intentar hackear el cerrojo, pero no hizo falta.
Tomás intentó con su clave. Al hacerlo, esta sobrescribió los privilegios de la
de Stern. Tomás murmuró "¡Lo sabía!".
Las puertas se abrieron y Figghuroth, Gurrdug
y los demás ingresaron al puente. Stern se los quedó mirando, absorto. Hasta
que entró Tomás. Su visión lo despabiló con la violencia, toxicidad y rapidez
de una línea de cocaína. El Líder del culto que había tomado el control de la nave
lanzó un grito primal y comenzó a disparar, libre ya de la carga de las apariencias.
La primer bala pasó demasiado cerca de la cabeza de Tomás, quien sintió el aire
del proyectil moverse en sus cabellos. Consiguió agacharse, pero los disparos
seguían cayendo, eran una lluvia que pretendía borrar los problemas de su
enemigo. Consiguió saltar detrás de un panel con controles de presión y
porcentajes de los gases atmosféricos. Era una parte importante del soporte
vital.
Sintió nuevas descargas del arma y gritó:
— ¡Idiota! ¿No te das cuenta que si le das a
algún punto crítico de la nave podés matarnos a todos! ¡Hablemos!
Stern volvió a disparar. Y entonces una de sus
balas mató a alguien.
CAZ
No le temía a aquellos a quienes estaba por
enfrentar. Tampoco a la (remota) posibilidad de ser herido o muerto en combate.
Mucho menos al sentimiento de derrota que, según le habían enseñado en su
planeta, se cierne sobre uno cada vez que un cazador corría hacia su presa. Su
único miedo era el no poder contenerse y matar sin quererlo a aquellos que cada
vez estaban más cerca de él. El defraudar la confianza que aquellos humanos
(especialmente Bufanda-de-Intestinos) habían depositado en él. Y es que su
olfato no lo engañaba. Aquellos seres serían una delicia. Incluso había tenido
pesadillas donde su parte instintiva superaba a su parte racional y cedía a la
tentación de alimentarse de sus compañeros de viaje.
Podía olerlos. Estaban a pocos metros ya. Se
ocultó, aprovechando un túnel de mantenimiento en la pared del pasillo. Los
dejó avanzar hasta tenerlos frente a él. La sustancia que su sistema endócrino
liberaba para afinar sus sentidos, el equivalente Graahrknut de la adrenalina
humana, se disparó en su organismo. Podía sentirla. Le tensionaba los músculos
y relajaba la mente. Tomó la puerta que cerraba el túnel en el que se había
ocultado y usándola como escudo golpeó al único de los tres integrantes de
aquel grupo que iba armado. El ataque arrojó al guardia contra la pared
contraria a la que él había salido. Se giró, enfrentando a los otros dos.
Ninguno de ellos era una amenaza. El
olor a miedo que emanaba llegaba a su hocico. El delicioso perfume del terror.
Tan dulce, tan...
Lanzó un rugido bestial. No tanto para
disuadir a sus rivales, sino más bien para ahuyentar aquel deseo prohibido. La
pareja intentó huir, pero tropezaron entre sí y cayeron al piso.
¡Sería tan fácil devorarlos, ahí mismo!
¡Saborear su carne! ¡Beber su sangre! ¡Ya nada le importaba! ¡La abstinencia de
una buena comida era más fuerte!
Una parte de él, ni enteramente racional ni
tampoco plenamente instintiva, detectó movimiento a sus espaldas. Salió de
aquel trance bestial/gastronómico y giró su cuerpo. El encargado de seguridad
al que había estampado contra la pared intentaba tomar su arma. Caz saltó sobre
él y lo durmió de un cabezazo. Cuando se incorporó, su deseo de carne había
quedado atrás.
— ¡Rrríndanse! ¡No deseo lastimarrrlos! —
Gruñó, retomando el control de sí mismo.
La mujer respondió:
— ¡Tranquilo! ¡Estábamos yendo a visitar al
Capitán cuando empezaron a sonar las alarmas! — Señaló al hombre que yacía
inconsciente y explicó — En el camino nos cruzamos con un escuadrón de patrulla
y nos asignaron un escolta por nuestra seguridad.
— ¿Qué está sucediendo? — preguntó el hombre.
Caz pudo sentir el olor de Stern en ambos. Eran cercanos a su enemigo. Aun así
les explicó.
— Tomás volvió a la nave. Estamos luchando
contrrra el Capitán parrra quitarrrlo del mando.
Los dos humanos se miraron, asustados. Estaban
en problemas.
— ¡Por favor! — Rogó el hombre — ¡Llévanos al
puente! ¡Quizás podamos encontrar una solución pacifica!
Caz gruñó. ¡Esos humanos y sus
"soluciones pacíficas!
— ¡Porrr aquí! — Ordenó. Y ellos lo siguieron.
DIANA
Llegaron a la sala de motores justo cuando
comenzaron a sonar las alarmas. Los operarios, que habían estado trabajando
normalmente, ajenos a la batalla que estaba ocurriendo en la otra punta de la
nave, comenzaron a revolotear de consola en consola, como un enjambre de
furiosas avispas.
Raúl seguía en su puesto, intentando en vano
ocultar las consecuencias de las acciones del grupo de Tomás. Diana y Florencia
se le acercaron.
— ¡Necesito usar Internet! ¡Me dijo el bicho
grande que acá tienen Internet y la están ocultando! — Gritó la doctora. Raúl
abandonó su lugar con rapidez y susurró:
— ¡Señora, por favor! ¡Sí, hay una imagen
off-line de Internet, pero Culbert me dijo que no lo divulgara! ¡La gente de
Stern no debe saberlo!
— ¿Y yo te parezco gente del yanqui loco ese?
— Raúl negó con la cabeza. La situación alrededor lo tenía nervioso. —
¡Entonce' decime cómo hago para hablar con mi hija!
Raúl la miró, sin entender. Luego comprendió y
le dijo, con tristeza:
— No va a poder hablar con la Tierra. Como les
expliqué, es una copia off-line de Internet, no una conexión real. Puede
revisar sus mails, o mirar videos en YouTube, o hasta bajar torrents. Pero
solamente aquello que se haya subido a la nube hasta el día que abandonamos la
Tierra.
Diana reaccionó como lo hacía cuando alguien
le explicaba algo y ella no lo entendía: enojándose.
— ¿Qué me queré' decir? ¿Eh? ¡Hablame en
castellano, che!
Florencia la sujetó del antebrazo, intentando
calmarla.
— Que no vas a poder hablar con Juli. Pero
podemos ver las noticias de lo que pasó. ¿No? — Raúl asintió.
Diana suspiró, agotada ya de tantas trabas
para conseguir volver a ver a su hija.
— ¡Y bué! ¡Peor es nada! — Rezongó. — ¿Y cómo
se hace?
Y Raúl les mostró cómo hacerlo, antes de irse
a seguir apagando incendios.
Indagó en los buscadores que ella conocía,
pero las noticias no se ponían de acuerdo entre si lo sucedido en el Uritorco
había sido una explosión de gas, un atentado anarquista, o la caída de un
meteorito. Florencia le ayudó a buscar lo que ella realmente quería saber: qué
había pasado con su hija. Y encontraron un artículo del diario "El
Saber", de Córdoba, con el siguiente artículo:
LA TRAGEDIA DEL URITORCO
El festival se venía desarrollando con una paz
digna de un evento en donde lo importante era la celebración de la espiritualidad
humana. Había música, meditación, actuaciones, discusiones filosóficas y
teológicas. Gente de todo el país y hasta incluso de países vecinos se dieron
cita en el evento. Un lugar de paz.
Nada hacía sospechar que la tragedia se estaba
acercando a gran velocidad, desde los confines del espacio.
El asteroide impactó en el cerro Uritorco a
las 16:37 hora local. La NASA calcula que no puede haber sido mucho mayor al
momento de tocar el suelo que un automóvil familiar. Sin embargo, su alta
velocidad produjo una violenta explosión que arrasó con el lugar.
Hasta el momento las cifras de muertos
confirmadas ascienden a más de quinientas personas, pero es un número que al
cierre de esta edición no cesa de crecer. Lo cierto es que no hay
sobrevivientes que nos puedan...
Y allí fue donde Diana no pudo seguir leyendo.
Sus ojos se le llenaron de lágrimas. Sus piernas se aflojaron. Cayó al piso con
un gemido amargo en la garganta, que dolía demasiado como para convertirse en
un grito. Florencia dudó sobre si tocarle un hombro para consolarla o no. Sabía
que su amiga era una fuerza de la naturaleza y en aquel estado podía lastimarla
sin querer. Nadie quiere tocar un incendio, o un huracán. Pero el verla así fue
más fuerte. Y cuando apoyó su mano en la agonizante doctora, ésta se la tomó
con fuerza y la tiró para sí, abrazándola. Y allí se quedaron, llorando las dos
en el piso, hasta que a Diana se le terminaron las lágrimas. Sin dejar de
abrazar a aquella amiga que había decidido adoptar como hija, miró a la nada y
murmuró:
— ¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a hacer pelota! ¡Mierda
lo voy a hacer al yanqui ese!
STERN
¡Qué sensación más bella aquella de disparar
un arma! ¿Había algo mejor en la vida? ¡Sí, desde luego! ¡Dispararle a aquel
jovencito estúpido que se negaba una y otra vez a morir! ¡Pero ésta vez sería
diferente! ¡Esta vez sería el final! ¡El principio del final para aquella
inútil y sacrílega rebelión!
Stern disparó. Estaba fuera de forma, no lo
hacía desde que cruzaron Brasil. La bala debió haber pasado bastante cerca de
la cabeza del chico, lo notó en su expresión. Bastante cerca, pero no lo
suficiente. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver cómo uno de los Drepali
luchaba contra Culbert, quien intentaba acercársele, obviamente para
desarmarlo. Si lograba atravesar el bloqueo, Stern tenía una bala reservada
para aquel traidor. Y otra para el chico de las comunicaciones, el que se
excitaba con su chica y había decidido aliarse con el Agente.
Volvió a disparar. Vació el cargador sobre la
posición del usurpador. Mientras recargaba lo escuchó gritar, pero no le
entendió lo que le decía. No sabía si estaba aturdido por el sonido de su arma,
por la debilidad que el ayuno le había provocado o por el odio que lo consumía.
Tampoco le importó.
Descargó viciosamente el arma. Uno, dos, tres
disparos. Al escondite del chico y a sus extraños secuaces. ¡Lo estaba pasando
de lo mejor, a pesar de lo adverso de las circunstancias! Tuvo un pequeño
mareo, la visión se le hizo borrosa un instante. Otros tres disparos, a ciegas,
hacia aquellos que venían a ayudar a los invasores. Y finalmente le dio a algo.
Vio la sangre. Vio el cuerpo caer. Recuperó la
visión. Y al hacerlo, vio todo a su alrededor oscurecerse. Porque el karma es
una maldición muy cruel. Y acababa de asesinar a la única persona en aquella
nave que verdaderamente le importaba. Su amigo, discípulo, hermano y pareja.
Su amado y siempre menospreciado Mike.
TOMÁS
El silencio se apoderó del puente de mando. El
eco de los disparos se había desvanecido ya. Tomás se asomó por un costado del
mamparo que lo protegía. Su rival estaba allí, congelado. Con el arma aún
levantada, pero el cuerpo vacío, desprovisto de aquello que convierte a un
conjunto de químicos en una persona. Giró fugazmente la cabeza, siguiendo la
dirección en la que apuntaba la pistola y vio el cuerpo de Mike, ensangrentado.
Valeria estaba detrás suyo, mirando hacia abajo con una expresión de horror y
dolor. Detrás suyo, como una tromba, apareció Caz.
El Graahrknut corrió hacia Stern por el
accidentado recinto a una velocidad que pocas veces habían podido ver los ojos
humanos que allí estaban. Estaba haciendo aquello para lo que había nacido.
Cazando. Y Stern no atinó siquiera a intentar defenderse. Parecía dispuesto a
morir. Pero los Drepali parecían no coincidir con la voluntad de su profeta. Se
interpusieron entre el gigante y su objetivo y comenzaron a disparar. Caz
recibió un impacto en un hombro, otro en un antebrazo y un tercero en la
pantorrilla izquierda, pero nada de esto mermó su determinación. Con sus garras
abrió el estómago de uno de los protectores del auto proclamado Elegido del
Señor. Saltó sobre otro de ellos, golpeándolo con una violenta patada doble que
lo arrojó hacia atrás. Un tercer alienígena quiso aprovechar que lo tenía de
espaldas para liquidarlo de un disparo en la nuca, pero el Graahrknut se giró
antes de que éste consiguiera apretar el gatillo y le cercenó la muñeca con sus
filosos dientes. Se oyó una detonación de arma de fuego. Caz giró, para
enfrentar a quien había disparado. Encontró a Culbert con el brazo extendido y
una pistola husmeando. El último Drepali aún estaba de pie, con un agujero en
la sien.
En pocos segundos Stern había quedado rodeado
de sangre y cuerpos inherentes. Una metáfora de su propia vida. Tomás salió de
su escondite y se le acercó, sin dejar de apuntarle. Stern lo miró, con la
mirada vacía. Le entregó lentamente su arma y caminó tan lento como un muerto
vivo, hasta donde yacía aquel amigo que había asesinado sin querer. Al llegar a
su lado se dejó caer sobre sus rodillas. Emitió un amargo gemido, apenas
audible al principio, que fue subiendo en intensidad hasta convertirse en un
alarido de dolor propiamente dicho. Besó los labios sin vida de aquel hombre
que siempre había dado por sentado, que nunca consideró perder. Y rompió a
llorar. Valeria, que había presenciado la escena unos pasos más atrás, lloró
también y abrazando a sus dos amores se unió a aquel instante de dolor y
despedida.
Tomás ahogó aquel llanto que pugnaba por
aflorar. No. Aquel hombre le había causado demasiado dolor a él y a los suyos
como para permitirle demostrar su empatía. Aunque aquello no precisamente
significara que no sentía pena por su pérdida. Alguien le tocó un hombro y se
giró, asustado. Todavía no había metabolizado la adrenalina producida durante
la batalla. Era Noelia, quien lanzó un pequeño alarido ante su reacción. Se
miraron apenas un segundo. Luego se fundieron en un abrazo eterno y postergado.
Los interrumpió Culbert.
— ¿Qué hacemos con él? —, preguntó, señalando
con la cabeza a Stern.
Tomás recordó la charla que había tenido con
Florencia y Caz.
— Por el momento lo vamos a encerrar. Que esté
incomunicado. No podemos arriesgarnos a que le envenene la cabeza a nadie más.
Solamente vamos a tener acceso a la celda Florencia, para llevarle comida, y
yo. Quiero que lo juzguemos, pero primero necesitamos un sistema de leyes. Y
quiero que vos te encargues de redactar dichas leyes. Y si en el juicio
decidimos la pena de muerte, no voy a negarme. — Aquellas palabras lo tomaron a
él mismo por sorpresa. Sintió que era necesario aclarar algo, y agregó: — No
con él.
Culbert asintió, serio.
— Entiendo. Entonces no podrás ejercer como
juez. No sería correcto.
— Me alcanza con ser testigo, señor Culbert. Y
con poder contarles todo lo que pasamos para llegar hasta acá. Y cuántas buenas
personas dejaron sus vidas gracias a las acciones de este tipo. — Dijo, y
señaló a Stern despectivamente, con el mentón.
Culbert asintió y se marchó a detener a Stern.
Pasó caminando junto a Enrique y le palmeó la espalda, felicitándolo. Éste
sonrió, aliviado, y acompañó al Agente con la mirada. Cuando vio a Valeria,
llorando en el piso, destrozada por la muerte de su amigo, su sonrisa
desapareció. No siempre los finales donde los "malos" pierden son
felices.
Tomás caminó detrás de Culbert. Ya estaba
listo para enfrentar cara a cara a quien se había autoproclamado su némesis.
Porque él le había temido, desconfiado y hasta incluso sospechado. Pero nunca
lo había odiado. Hasta que lo abandonó en aquella prisión, después de
engatusarlo durante su cautiverio. Y allí había nacido un odio que se había
alimentado con cada amigo o aliado que perdía su vida enfrentando a los
guardianes de la cárcel. Llegó junto al cuerpo de Mike justo a tiempo para
escuchar a Culbert decir "Está arrestado". Stern y Tomás cruzaron
miradas. Aquello sólo lo hizo sentir culpable de su odio. Porque aquel hombre
que ahora se llevaban detenido ya no era el maníaco que tejía esquemas y
complots para asegurarse de que todos siguieran su voluntad. Tampoco era el
loco que estaba completamente convencido de sus desvaríos. No. Aquel era un
pobre hombre que había perdido todo aquello que había amado. Y aunque quiso
seguir odiándolo, obligándose a recordar la muerte de Galup y de todos los
demás convictos del Conglomerado, no pudo. Porque aquel hombre roto no era el mismo
que había cometido todas aquellas abyectas acciones.
David el Violento había muerto en el tiroteo.
DIANA
Aquellos momentos transcurridos entre la
lectura del artículo periodístico que le confirmó la muerte de su hija y su
llegada al puente de mando no iban a permanecer en su memoria. Supo que había
corrido como nunca lo había hecho en su vida sólo porque Florencia se lo contó,
más tarde, cuando la calma había regresado a su mente. Pero en aquel instante,
avanzando a máxima velocidad por los corredores de aquella nave que le había
quitado su único motivo de felicidad, su cerebro había involucionado hasta el
estado de un reptil; una masa primitiva de instintos que sólo buscaban matar o
morir en el proceso. Tampoco recordaba haber tomado un arma de un guardia que
yacía inconsciente.
Llegó al puente en el preciso momento en el
que Culbert había logrado separar a Stern de un cuerpo que yacía en la entrada.
Tomó el arma y le apuntó. La cara del responsable de la muerte de su hija
estaba cubierta por su cabello. No quería que fuera así. Quería mirarlo a los
ojos cuando la vida abandonara su cuerpo. Respiró profundo y gritó:
— ¡Che, Stern! ¡Mirame, hijo de...!
Y se quedó ahí, muda. Porque reconoció en los
ojos de su víctima el mismo dolor que había visto en los suyos. Aquel reflejo
reactivó su corteza frontal, la hizo actuar como una humana. Pensó. Miró hacia
abajo, al cuerpo sin vida que yacía allí, en medio de una laguna de sangre que
no paraba de expandirse. Un universo de glóbulos rojos extendiéndose por el
piso, producto de un misterioso Big Bang. Reconoció el cuerpo al instante:
— ¡Miguelito!
Arrojó el arma a un costado. Y entonces lo
entendió. Ella era una doctora, era la que mantenía a la gente con vida, no la
que se la quitaba. Y aquellos instintos que le habían sido imbuidos al entrar
en aquella nave fueron más fuertes que su dolor. O quizás, el poseer en su
interior aquel instinto había sido el motivo por el cual la nave la había
dotado con aquellos conocimientos.
— No se puede hacer nada. — Le informó
Culbert. — Ya le revisé el pulso. La bala impactó directo en el corazón. Murió
en el acto.
Diana levantó la cabeza. De repente, aquel
tipo que estaban arrestando había pasado a segundo plano para ella. Tampoco le
importó que aquel hombre que había muerto hubiera intentado matarla, unos meses
atrás. Se dejó llevar por la miríada de conocimientos que alojaba su cerebro.
¡No podía dejar que su amigo terminara así!
— ¡Creo que puedo hacerlo! ¡Puedo salvarlo! —
Miró a Culbert y le preguntó — ¿Cuánto hace que murió?
Culbert miró el charco de sangre y respondió:
— No hacen cinco minutos.
— ¡Tenemo' que meterle pata, entonce'! — Miró
a Stern a los ojos y le preguntó — ¿Te interesa que lo salve?
El hombre roto respondió:
— ¡Más que nada en el universo!
Diana miró a Culbert y le ordenó:
— ¡Ya va a tener tiempo para arrestar a este
loco! ¡Ahora "denmen" una mano y llévenlo al hospital!
Culbert miró fijo a su prisionero. Al hacerlo
comprendió que verdaderamente no iba a huir.
— ¡Toma sus hombros, yo tomaré sus tobillos! —
Indicó.
Tomás intervino:
— ¿Le parece una buena idea, señor Culbert? —
¿No quiere que nos encarguemos nosotros y usted se lo lleva a él arrestado?
— Tranquilo. Puedo con esto. — Aseguró
Culbert. — Además, tienes mucho trabajo por hacer aquí. ¡La nave es un caos y
es tu trabajo el restaurar el orden!
Tomás asintió. En su rostro ya no era un joven
de 19 años.
— ¡Buena suerte, allá en el hospital!
Stern se giró. Respondió con sinceridad:
— ¡Muchas gracias, Capitán! ¡Por favor, rece
por que tengamos éxito!
Mientras se iban, Diana se giró y le lanzó un
gesto aprobatorio al joven. Y le susurró:
— “Capitán".
STERN
A pesar de estar debilitado por el ayuno,
David se esforzó más allá de su voluntad para intentar salvar a su amigo. Cada
vez que se le cansaban los brazos, bajaba la cabeza para ver aquel rostro que
lo había acompañado durante buena parte de su vida, lo que le llenaba de
determinación.
Recordó aquellas furtivas visitas a su hogar,
durante las horas de la misa de los domingos, cuando ambos soñaban con ser
libres de la mirada reprobatoria del padre de Mike. Y también las noches en que
su amigo lloraba, mientras dormían en la calle, pensando que sus días estaban
contados.
Recordó que fue Mike quien tuvo la idea de
formar un culto. "Las iglesias le sacan el dinero a los incautos. ¡Deberíamos
dedicarnos a eso! ¡Después de todo, tienes el carisma necesario!". Para
Mike había sido solamente un halago divertido. Pero no para él. Para él había
marcado su camino a seguir.
Volvió a mirarlo. Toda su vida se había
convencido de que el amor era algo que no se aplicaba a él. Que él usaba
aquella construcción social para hacerse amar y así controlar más fácilmente a
aquellos que necesitaba tener cerca. Pero no. De todas las mentiras que había
dicho en su vida, aquella era la más cruel. Y se la había dicho a sí mismo.
Amaba a Mike con todo su corazón, con todo su cuerpo. Y haría lo que fuese por
salvarlo, si había una posibilidad.
Llegaron al hospital de a bordo. Stern siguió
las órdenes de aquella mujer que había jurado matar desde el comienzo mismo de
aquel viaje. Dejaron el cuerpo en una camilla y luego, básicamente, se apartó
del camino de la mujer, dejándola trabajar tranquila. Finalmente la doctora
terminó los preparativos y se les acercó.
— La bala le perforó el corazón. Murió en el
acto. Pero le puse una máquina conectada al cerebro, para estimular la
actividad eléctrica cerebral, aunque no le llegue oxígeno. No va a servir por
mucho tiempo. — Miró a Stern y continuó. — Necesita un nuevo corazón. Por los
registro' médico' yo sé que el tuyo es compatible.
— ¿Entonces plantea matarme para darle mi
corazón a él?
Diana lo miró de arriba a abajo. Su rostro era
el de una jugadora profesional de cartas.
— Nada me gustaría má'. Vó' sabés que es así.
Pero no. Lo que quiero es sacarte el corazón, ponérselo a él, curar el corazón
de él y ponértelo a vó'. — Hizo un breve silencio y se explicó — Tu cerebro
está bien oxigenado. Y tené' la cantidad adecuada de sangre. Te puedo conectar
a la misma máquina que él y vas a poder aguantar hasta que el otro corazón esté
curado. Él no.
Stern y Culbert se miraron. El agente levantó
sus manos como si le estuviesen apuntando, dando a entender que aquella era una
decisión que debía tomar Stern y sólo él.
— ¡Bien, no perdamos más tiempo! ¡Cada segundo
cuenta! — Dijo. Y se acostó sobre una camilla ubicada junto a su amado/víctima.
La doctora le puso una especie de diadema en
la cabeza. Comenzó a sentir un cosquilleo eléctrico en la frente y las sienes.
La doctora se le acercó. Lo miraba desde las alturas.
— ¿Sabé qué? Mi hija siempre repetía un
refrán. Cada vé' que me mandaba una de las mía' y terminaba extrañando a
alguien, me decía: "No sabemo' lo que tenemo' hasta que lo perdemo'".
Creo que esa frase vale para vó' también.
Stern miró a la camilla vecina. Alcanzó a ver
las piernas de Mike. Volvió la vista a la doctora.
— Su hija es muy sabia, señora.
— Era. — Respondió Diana, con frialdad. —
Murió por tu culpa.
David sintió un témpano en la sangre. Y un
fuego en el rostro. Nunca se había sentido así. Levantó la cabeza y habló bajo,
para que Culbert no lo oyera.
— Hazme lo que creas necesario a mí. ¡Pero por
favor, sálvalo! ¡Él sólo me obedeció! ¡Y aun así se negó a matarte!
Ella lo miró, inmutable. No afirmaba ni negaba
nada. Tenía aquella expresión que en Las Vegas la hubiese llenado de dólares.
David se le acercó aún más.
— Dime la verdad. ¿Vas a matarme? ¿Es ésta tu
venganza?
La mujer no respondió. Lo observó un instante,
haciendo que cada segundo fuera un latigazo. Finalmente se le acercó tanto que
pudo sentir el aliento de la doctora en su cara.
— No. No así. Sería una muerte demasiado buena
para un gusano como vó', morir durmiendo. No, quiero que sobrevivas. Y quiero
que te pudra' en la cárcel. Y ahí, cuando ya esté' rogando por morir, ahí sí
voy a ir, a hacerte sufrir un poco má', antes de matarte de posta.
Stern lloró. Quiso pedirle perdón, pero no
pudo hablar. La doctora le había inyectado un anestésico mientras hacía su
pequeño discurso. Quiso girar la cabeza para ver una vez más a Mike, pero el
cuerpo no le respondió. Sus ojos se cerraron. Lo último que vio, antes de que
se lo llevara la oscuridad del sueño, fue el viejo rostro de aquella mujer a la
que tanto había hecho sufrir.
DIANA
El trasplante había sido un éxito. El corazón
de Stern latía con fuerza en el cuerpo de su nuevo huésped. Hubo dos pequeños
pre infartos, pero Diana reaccionó a tiempo y evitó que la cosa pasara a
mayores. Y entre paso y paso de la larga operación, se las había ingeniado para
atender a aquellos tripulantes que habían tenido heridas menores o contusiones
durante la batalla.
Se acercó a la máquina que estaba regenerando
el corazón herido, para evaluar su progreso, y comprobó que ya estaba listo
para proseguir. Comprobó los niveles de oxígeno y actividad eléctrica en el
cerebro de Stern. También estaba todo listo.
— Supongo que yerba mala nunca muere. — Pensó
en voz alta. Culbert sonrió, asintiendo en silencio.
— Señora, le pido disculpas por no haberle
creído, cuando contó lo que había sucedido con el Cap... con Stern y Tomás
cuando desaparecieron.
Diana le dedicó una fugaz mirada y volvió a
concentrarse en sus pacientes.
— Tá todo bien. Estaba' haciendo tu laburo.
¡Ahora dejame hacer el mío!
Culbert hizo silencio y la dejó hacer.
Diana sacó el corazón regenerado de la máquina
y lo introdujo en la cavidad torácica de Stern. Luego usó estimuladores láser
para acelerar la unión de las venas, arterias y nervios. Finalmente cerró el
cuerpo y comenzó a estimular al órgano vital. Al principio no hubo respuesta,
pero tras repetir el estímulo, finalmente el corazón volvió a latir. Muy débil,
al principio. Luego con más fuerza. Finalmente con normalidad. Recién allí la
doctora se permitió un largo soplido de alivio. Sentía como si su última
inspiración hubiese sido al comenzar el procedimiento, unas horas atrás.
— Estoy hecha pelota. — Le dijo a Culbert. —
Me voy a tirar un cachito. Avisame si ves que pasa algo raro.
— Sí, señora. — Respondió él, siempre listo
para cumplir órdenes.
Se dejó caer en aquel sillón que había hecho
las veces de cama durante su largo encierro y se dejó llevar por el cansancio.
— ¡Doctora! ¡Venga rápido!
El llamado la hizo saltar de la cama con una
velocidad que ya no creía posible de lograr a su edad. Corrió hacia donde se
hallaban sus pacientes. Uno de ellos estaba teniendo un ataque.
Era Stern.
Diana tomó el cardioestimulador, un artefacto
similar a un desfibrilador, pero mucho más avanzado. Lanzó un choque contra el
pecho del hombre agonizante y comprobó los resultados. Nada. Volvió a intentarlo.
Hubo una leve mejora, un par de latidos estables, pero la arritmia regresó. Un
nuevo choque no fue suficiente. Arrojó el aparato y comenzó a masajear el torso
con todas sus fuerzas. Culbert la observaba, mudo, listo para actuar si ella se
lo pedía.
— ¡No te vas a ir! ¿Me 'cuchás? ¡Así no! ¡No
tan fácil, chabón!
Siguió presionando el cuerpo al ritmo de la
Marcha Imperial. Aquello lo había aprendido en la Tierra, ayudando a estudiar a
su querida Juli, no era algo que le hubiera enseñado la nave.
Pensar en su hija le dio renovadas fuerzas.
Miró al agente y le gritó una orden:
— ¡Alcanzame un bisturí! ¡Rápido!
Con el escalpelo en la mano abrió otra vez el
pecho del paciente y comenzó a apretar el corazón con una mano, mientras con la
otra le colocaba otro aparato estimulador.
— ¡Quedate acá! ¡Quedate, carajo!
Siguió insistiendo hasta que Culbert la
detuvo. De haber sido por ella, habría continuado hasta el fin de los tiempos.
TOMÁS
Después de asegurarse de que todos en el
puente estuviesen bien, que limpiaran el desastre provocado por la batalla y
que los heridos recibieran primeros auxilios, Tomás se comunicó con la Sala de
motores. Su voz fue un alivio para algunos, como Raúl, y una sensación de
alarma para aquellos que vestían las túnicas del Culto de Stern. Tras pedir un
informe de daños y notar que los ánimos allá abajo no eran los mejores, se
sintió obligado a llevarles tranquilidad a sus tripulantes. Le pidió a Enrique
que abriera las comunicaciones internas para toda la nave y habló.
— Hola a todos. Soy yo, Tomás. Sé que mayoría
de ustedes creen que me morí en la cárcel donde fuimos transportados por
accidente con Stern. Que me sacrifiqué para salvarlo. Eso es lo que él contó.
Eso es lo que ustedes conocían como la verdad. Pero aquella era una mentira. Una
más de las tantas mentiras que ese hombre nos ha dicho desde que decidió
autoproclamarse Capitán de esta nave. La realidad es que decidió dejarme atrás.
Intentó asesinar a la doctora y a Florencia, y lo descubrimos. A partir de ahí,
todas sus acciones tuvieron un sólo objetivo: mantenerse en el poder y eliminar
a la oposición por cualquier medio necesario...
A lo largo de su discurso expuso todas y cada
una de las acciones de su adversario. Luego anunció que aquellos que quisieran
regresar a la Tierra podrían hacerlo, con la ayuda de Figghuroth y los otros
fugitivos del Conglomerado, pero que su nave seguiría adelante, explorando el
espacio. Y ésta vez sí buscarían nuevas civilizaciones. Aclaró que aquellos que
se habían unido al Culto de Stern no iban a ser perseguidos, ya que en aquella
nave cada uno era libre de profesar la fe que quisiera, o no creer en nada.
Para cuando terminó de hablar, eran muy pocos los que aún llevaban puestas las
túnicas del culto.
Cortó la comunicación y pidió hablar con el Hospital
de a bordo. Se sorprendió cuando fue Culbert y no Diana quien le respondió. Le
informó que la operación había sido un éxito y que hasta el momento ambos
pacientes se encontraban estables y que la doctora estaba descansando luego de
su agotadora tarea.
Habló luego con el buffet. Florencia parecía
contenta por la variedad de alimentos que había traído. Figghuroth y otros
habitantes del Conglomerado le estaban explicando las propiedades de cada
fruta, verdura y suplemento proteínico basado en carne viva y las diversas
formas de cocinarlas. Noelia interrumpió la charla para plantear una idea:
— No sé qué les parece, pero creo que sería
bueno celebrar esta nueva etapa con un banquete.
Tomás evaluó la propuesta por un instante.
— Va a ser bueno para la moral de la gente. ¡Y
también podemos usarlo como fiesta de despedida para los que decidan volver a
casa!
— Y para darte la bienvenida. — Agregó
Florencia. Tomás se puso nervioso, nunca le habían gustado los homenajes, ni
siquiera los cumpleaños. Pero ella tenía razón, eso también iba a ser bueno
para levantar los ánimos.
— ¡Y vamos a poner mucha música! ¿No es
cierto? — Preguntó Quique, entusiasmado.
— ¡Por supuesto! ¿Qué es la vida si no tenemos
música para acompañarla?
El joven DJ se levantó de su puesto de
trabajo, caminó hasta donde estaba Tomás y lo abrazó fuerte.
— ¡Gracias, chabón! ¡No sabés lo que
necesitaba escuchar eso! — Recuperó la compostura de golpe, se enderezó y se
corrigió: — ¡Perdón! ¡Quise decir "Capitán"!
Tomás sonrió.
— "Chabón" está perfecto, Quique.
Dejemos las formalidades para cuando tengamos visitantes.
No habían pasado un par de horas desde que
había asumido el mando y ya se respiraba un clima diferente. Finalmente todo
estaba bien.
La comunicación de texto por un canal privado,
pero desde un sector de la nave lo sorprendió mientras decidían con Noelia el
rumbo a seguir. Tanto nivel de prevención en los mensajes internos sólo podía
significar problemas. Se trataba de dos palabras:
"Hospital. Urgente."
Tomás se excusó y dejó su puesto, sin
demostrar que los nervios comenzaban a jugarle en contra. Caminó tranquilamente
por los corredores, saludando a todos, sonriendo. Aunque por dentro sentía una
fuerza instintiva urgiéndolo a correr como una gacela en peligro.
Cuando entró al hospital de a bordo no
necesitó que le dieran la noticia. La había deducido en el camino. De todas formas,
permitió que Culbert hablara. Necesitaba oírlo.
— David Stern ha muerto.
— Una cardiopatía congénita. El corazón de
Miguelito tenía un defecto cardíaco. Probablemente su papá o su mamá también lo
tuvieran.
Culbert negó con la cabeza.
— Conocí a David Parrish. Stern lo mantuvo
encerrado durante años en una casa, monitoreado y vigilado por dos tipos de su
confianza, que una vez lo golpearon hasta dejarlo internado. Puede que me
equivoque, pero no creo que haya sido por parte del padre.
Oyeron un llanto ahogado. La doctora se giró y
vio a su paciente, todavía recostado, sollozando.
— ¡Miguelito! ¿Qué hacé' despierto? ¡Te puse
calmantes para dormir un cacho más, che!
— ¿Es... verdad eso? —susurró Mike, todavía
debilitado. — ¿Fue él el que mandó... a mi padre al hospital?
Culbert asintió, con tristeza.
— Pensé que lo sabías.
— No. — Estuvo a punto de desmayarse, pero
consiguió juntar fuerzas y consiguió decir algo más: — Agente... Si me lo
hubiese dicho... hubiera colaborado... con usted. Odiaba al viejo, pero no se
merecía...
Y cerró sus ojos, resoplando un pequeño
ronquido.
El agente y la doctora intercambiaron una
mirada de compasión y se alejaron de allí.
— ¡Pobre pibe! — Susurró Diana — ¡Cuando se
entere que el tipo que torturó a su papá dio su vida por salvarlo!
Tomás intervino:
— Estuve pensando mucho en eso. Prefiero que
no se sepa cómo murió.
— ¿Cómo? — Preguntó Culbert, con notorio
asombro.
— Piénsenlo. — Dijo el nuevo capitán, y se
explicó. — Su muerte no refleja para nada lo que fue en vida. Muchos incluso
podrían opinar que en cierta forma lo redime. Otros, los tripulantes que
vivieron toda esta situación desde afuera, podrían incluso desconfiar de todo
lo que contamos que hizo. No podemos permitirnos eso. No quiero una rebelión de
adoradores de Stern. — Tomó aire, reflexionó un momento y agregó: — No quiero
convertirlo en un mártir.
Culbert y Diana se quedaron mudos, por la
sorpresa y porque involuntariamente comenzaron a evaluar cuánto de lo que Tomás
decía era correcto. Fue Culbert quien rompió el silencio.
— La gente del puente vio su reacción cuando
Parrish cayó muerto. La novia de Stern también. Podríamos convencer a los del
puente, pero a la chica nunca. Pero igualmente me parece arriesgado hacer
partícipes a más gente de esta mentira. — Tomás se mostró dolido al escuchar la
palabra "mentira", pero no dijo nada. Sabía que lo que estaban
haciendo, sin importar los motivos, era planificar una mentira plausible. A eso
lo había llevado Stern, a mentirle a aquellos que confiaban en él. — Creo que
lo mejor es decir que su reacción en el puente fue una actuación, producto de
una estrategia para conseguir salir de aquella situación y tomarnos
desprevenidos aquí, en la enfermería. Cuando intentó escapar, tomó un escalpelo
y puso a la doctora como rehén. Y cuando se preparaba para matar a Diana, le
disparé.
Tomás frunció el ceño. Faltaba un detalle.
— Pero el cuerpo de Stern no tiene ninguna
herida de bala.
Culbert caminó hasta la camilla donde aún se
encontraba el cadáver del antiguo Capitán. Sacó su arma y disparó. Un hueco
circular apareció en la frente de Stern. El agente se volteó para enfrentarlos.
Guardando su pistola respondió, lacónico:
— Ahora sí.
Hubo un momento de silencio. Un punto focal en
el tiempo, en el que diversas realidades completamente divergentes entre sí
podían nacer, dependiendo de sus reacciones. Las siguientes palabras definirían
el futuro. Fue Tomás quien las dijo:
— No me gusta. Esto no me gusta para nada. No
es lo que quiero para nosotros, para nuestra tripulación. — Tomó aire, juntando
coraje para lo que estaba por decir. — Pero me parece que es algo que tenemos
que hacer. Sí, me siento incómodo con esto. Pero lo importante es el bienestar
de la mayoría, no el mío. Y creo que todos vamos a tener una mayor posibilidad
de vivir mejor si nosotros tres mantenemos en secreto cómo murió Stern.
Diana y Culbert asintieron, en silencio. Y no
volvieron a hablar del asunto, salvo cuando fue necesario e inevitable hacerlo.
FLORENCIA
No necesitó las quejas de Tobermory para
comprender que necesitaban ayuda para hacer un banquete digno para la ocasión.
Afortunadamente, los alienígenas que habían traído de regreso a Tomás se habían
turnado durante su larga travesía para cocinar, así que conocían aquellos
nuevos alimentos. No sólo les ayudaron a preparar la comida, sino también les
enseñaron varias recetas.
Cuando llegó la hora, en las mesas había una
interesante variedad de platos para degustar.
La reunión comenzó. Yendo entre mesa y mesa
captó varias conversaciones. Algunas triviales, otras bastante informativas:
—... bastante bien, por lo que escuché. Parece
que evitaron cruzarse con la mayoría de las patrullas. Dicen que porque el
Capitán quería evitar enfrentamientos innecesarios.
— Bueno, eso habla bastante bien de él, ¿no?
— ¡Qué sé yo! ¡A mí con que haya traído una
comida mejor que ese puré verde azulado me alcanza!
En otra mesa, donde estaban sentados muchos de
los trabajadores de la sala de motores, los escuchó discutir sobre asuntos
religiosos:
—... le creía todo. ¡Le creíamos todo!
— Bueno, no se puede negar que el tipo predijo
la llegada de esta nave, ¿no? Algo milagroso hay en eso.
— No, sí. ¡Más bien! Pero eso no es excusa
para haber querido asesinar a nadie. ¡Y menos por pensar diferente a él! Este
pibe por lo menos dice que va a respetar nuestras creencias, sin importar
cuáles sean.
— Mirá, si cumple con eso no voy a quejarme...
En otra mesa se encontraba la gente que más
había sufrido durante el mandato de Stern: los científicos.
— Este chico Tomás es de los nuestros. Hablé
con él antes de su desaparición y está a favor de la exploración y el descubrimiento.
¡Con Stern solamente visitamos un mundo!
— Estuve conversando con las chicas que controlan
el timón. ¡No saben la cantidad de sistemas que Stern las obligó a evitar!
¡Sistemas habitados!
— ¡Es una locura!
— Son oportunidades perdidas que ahora ya
quedaron atrás. Sólo nos queda leer sobre esos mundos en las bases de datos
Graahrknut. Que tampoco son muy informativas que digamos...
Y en otra mesa...
— ¿Vas a volver?
— Y sí. Antes no me animaba a admitirlo,
sabiendo lo que pasaba con los que le decían a Stern que se querían ir de acá.
Pero me gustaría volver a la Tierra y creo que tengo que aprovechar ahora, que
tenemos al frente a un tipo más abierto.
— ¿O sea que Tomás te gusta como líder y por
eso preferís irte? ¡No te entiendo!...
La gente parecía aceptar bastante bien el
cambio de liderazgo. Aquello era algo que le comentaría a Tomás cuando pudieran
conversar tranquilos. Pero ahora era el momento de los discursos. Tomás, recién
llegado y con Culbert como escolta, caminó en silencio hasta el centro del
salón. Se lo veía confiado, tranquilo. Pero Florencia lo conocía bien. Y había
notado ciertos patrones en su movimiento corporal que lo delataban cuando se
ponía nervioso. "Algo no está bien", pensó.
TOMÁS
— Antes de que sigamos celebrando quiero
informarles algo que pasó recién. Ya todos escucharon mi discurso. Escucharon
mis propuestas, para los que se querían ir y para los que se querían quedar. Y
escucharon cómo íbamos a proceder con el antiguo Capitán de la nave. Me oyeron
decir que iba a ser encarcelado y juzgado, porque creo que así debemos hacer,
si queremos tener una vida en sociedad. Pero alguien no estaba de acuerdo. Y
ese alguien era justamente el señor David Stern.
Aquellos que estaban en el puente en el
momento del enfrentamiento vieron lo sucedido. Vieron la reacción de Stern
cuando mató por accidente a su amigo y pareja. El cambio que sufrió, de
pistolero furioso a dedicado enfermero. Tendríamos que haberlo sabido, nadie
cambia tan rápido. Aquella era una estrategia diseñada para poder salir del
puente, donde estaba rodeado. Cuando llegó al hospital de a bordo, después de
que Diana le salvara la vida a Michael Parrish, aprovechó un descuido del
Agente Culbert y con un bisturí de la mesa de operaciones tomó de rehén a la
doctora. Después obligó a Benjamin a llamarme. Quería negociar su huida, en la
nave del Conglomerado. Conseguí entretenerlo durante la negociación y Culbert
se le abalanzó. Forcejearon y Benjamin sacó su arma para disuadirlo a rendirse.
En lugar de hacerlo, quiso cortarle el cuello a Diana. Culbert se vio obligado
a dispararle, matándolo en el acto. — Hizo un breve silencio. Se oyeron
murmullos en todas las mesas. La muerte de Stern no le era indiferente a nadie.
— Habrá un funeral, desde luego. Más allá de sus acciones, era una persona y
merece ser despedida. Y por otra parte, ya está pactado que mañana a primera
hora nuestros amigos del Conglomerado continuarán su viaje por separado.
Aquellos que deseen regresar a la Tierra deben estar preparados para partir a
esa hora. Si tienen alguna pregunta, por favor háganla ahora.
Tras un instante de silencio, uno de los pocos
tripulantes que aún vestían la túnica de Stern preguntó:
— ¿Realmente no seremos perseguidos por
nuestras creencias? Creo que más allá de lo que haya sido como persona, el
Cap... Stern creía en lo correcto. Creo que esta nave sí es un regalo del Señor.
Tomás respondió sin dudarlo, apenas terminó de
hablar aquel hombre:
— La regla número uno de comportamiento va a
ser "Mientras no jodas a nadie, todo bien". ¿Querés creer en lo que
Stern predicaba? ¡No hay problema! ¿Querés conspirar contra tus compañeros para
beneficiarte o beneficiar a otro? ¡Problema! Vamos a tener un sistema legal
propiamente dicho. Estamos trabajando en eso.
Otra tripulante, trabajadora de la Sala de
motores, tuvo otra inquietud:
— Escuché un rumor de que hay una especie de
copia off-line de Internet en el sistema. ¿Hay alguna posibilidad de que
podamos ingresar a ella?
— ¡Totalmente! Algo llegó a comentarme Raúl.
¡Es fantástica la variedad de posibilidades que esto nos abre! ¿Se dan cuenta?
¡Ciclos de cine! ¡Competencias de videojuegos! ¡Bailes! ¡Comparar nuestros
hallazgos con las mayores bases de datos de las agencias espaciales del mundo!
¡No sólo van a poder ingresar a esa copia! ¡Les pido por favor que lo hagan!
¡Necesitamos mejorar nuestra calidad de vida!
Hubo una ronda de aplausos completamente
espontánea que sorprendió gratamente a Tomás. Por un instante consiguió olvidar
todo lo ocurrido hasta hacía un momento atrás. Florencia se acercó y cuando
estuvo a su lado le sonrió con aprobación.
— Capitán — Preguntó Noelia, desde una mesa
cercana, — ¿Y cómo se va a llamar nuestra nave? ¡Nunca le pusimos nombre!
Tomás se tomó un tiempo para pensarlo.
Realmente no se había dado cuenta de aquel detalle. Reflexionó sobre su camino
recorrido desde aquellas laderas cordobesas hasta el oscuro vacío interestelar
que los cobijaba actualmente. Recordó todo lo vivido. Y a aquellos que habían perdido
su vida, como su amigo Galup, quien había muerto sin probar lo que era ser
libre. Y allí se decidió:
— Libertad. Nuestra nave va a llamarse
Libertad.
Mientras todos aplaudían, Florencia se le
acercó por detrás y le susurró una pregunta:
— ¿Libertad? ¿Como la fragata?
Tomás sonrió.
— Libertad, como la posibilidad de poder
viajar por donde quieras, conociendo el universo y a quienes lo habitan sin
preocupaciones por lo que venga, sin esconderse de donde venís. Y lo más
importante, sin joderle la vida a nadie.
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¡El viaje continúa! Después de la crisis que sufrieron bajo el mando de David Stern, la tripulación de la astronave Libertad está lista...
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¡Ya no hace falta recorrer el blog mes a mes para bajar "La Nave del Olvido" por capítulos! Acá les dejo el link con todo...